martes, 12 de agosto de 2014

“DISCULPA OJALATERA”


 
 “DISCULPA OJALATERA”
 
Solemos disculparnos con la famosa frase: ¡ojalá no hubiera ido, ojalá no me hubiera casado, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo, ojalá fuera rico!...
Nunca debemos pensar que en otras circunstancias estaríamos mejor. Nuestras circunstancias son nuestras circunstancias, y no son ni del vecino ni de la familia, son las nuestras, únicas e intransferibles.
Debemos de tratar de ser lo más realistas posibles, sin pensar que en otro lugar o en otras situaciones seríamos mejores.
En el aspecto religioso nos pasa lo mismo. En otras circunstancias, a lo mejor, no estaríamos en contacto con Padre Dios, no desarrollaríamos un apostolado fecundo, no seríamos ni más felices ni más libres.
Aprovechemos las oportunidades que tenemos, no las desaprovechemos.
La oportunidad la pintan calva, porque es escurridiza y no tiene pelo por donde agarrarse.
No dejemos pasar las oportunidades, normalmente no suelen volver. Las que vuelven, serán otras oportunidades, no las perdidas.
La visión humana de la oportunidad, a lo mejor no coincide con la de Padre Dios.
Todas las oportunidades sirven para santificarnos, seamos creyentes o no.
Debemos de tratar de convertir las oportunidades que tenemos en medios de ayudar a los demás, ayudarnos, y con ello ser más felices, haciendo más felices a los demás.
Todos los días y todos los momentos son buenos para participar honestamente, dando el ejemplo que es debido, a nuestros familiares, amigos, vecinos, y al mundo entero.
Necesitamos el esfuerzo del momento para poner las virtudes en activo, y para que sean ejemplo y hagan efecto. Nunca esperemos el resultado inmediato, ya llegará, lo mismo si repartimos el bien como el mal. Esa es nuestra gran responsabilidad.
Nunca nos disculpemos con la "ojalatería". Seamos lo que somos, seres humanos, únicos e irrepetibles, de valor infinito, y de riquezas inagotables.
Nuestras circunstancias, son únicas e intransferibles, y debemos aprovecharlas para que nunca tengamos la disculpa de ojalá, ojalá, sino la incomparable satisfacción del deber cumplido, amando a Padre Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos.

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