“MI VISIÓN DEL SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE"
San Pablo escribe a los
primeros cristianos de Tesalónica “que:
“como el ladrón en la noche, así vendrá el día del Señor”.
Es una llamada a la vigilancia, a no vivir despreocupados de ese
día definitivo – el día del Señor –
en el que por fin veremos cara a cara a Padre Dios.
En algunos ambientes hoy, no es fácil hablar de la muerte, suena a
algo desagradable. Sin embargo es el acontecimiento más importante después del
nacimiento.
No se puede vivir de espaldas a esa realidad, y menos ignorar el
sentido verdadero de la muerte.
En vez de considerarla como una hermana, se la ve como una
catástrofe, porque viene a echar por tierra los planes e ilusiones de la vida.
Y, entonces, se la ignora. O se la ve como el fin del bienestar que tanto cuesta
amasar en la tierra. Sin darnos cuenta que es la llave de la felicidad eterna.
“Vita mutatur, non tollitur”, la vida se cambia, pero no se
pierde.
Para nosotros la muerte es el final de la peregrinación y llegada
final a la meta definitiva: al encuentro con el Señor, su Santísima Madre, los
santos, nuestros familiares etc.
Allí nos espera en ese Cielo toda la felicidad y el Amor infinitos
de Dios, saciándonos eternamente.
La Sagrada Escritura nos enseña que “Dios no hizo la muerte, ni se alegra en la perdición de los seres
vivos”. Antes del pecado original no
existía la muerte con ese sentido que le damos hoy de dolor. Ese pecado, el
querer ser como Dios, trajo la pérdida
de dones extraordinarios como la inmortalidad, y ahora, para llegar a nuestra
morada definitiva, tenemos que atravesar esa puerta dolorosa del tránsito de este mundo al Padre.
Jesucristo,
con su muerte y su Resurrección, destruyó la muerte e iluminó de nuevo la vida;
convirtió la muerte en un paso imprescindible para una Vida nueva la vida eterna.
Jesús dijo: Yo soy la
resurrección y la Vida; el que cree en Mí, aun cuando hubiere muerto, vivirá, y
todo el que vive y cree en Mí, no morirá para siempre.
Con la muerte adquirimos la plenitud de la Vida.
Si se tiene como fin casi exclusivo de la propia vida los bienes
materiales, la muerte es el fracaso total. Acaba con todo lo que dio sentido a
la vida: el placer, la gloria humana, el poder perverso para satisfacer las ansias desordenadas de dinero o bienestar
material…
Por el contario, los católicos, creemos que permanecerán los
bienes que se refieren a la dignidad
humana, la unión fraterna y la libertad... en pocas palabras: permanecerán los
frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo.
El pensar en la muerte nos debe enseñar a aprovechar gozosamente
cada día como si fuera el único. Y convertirlo en nuestra honesta participación
diaria en el cuidado de la naturaleza y en la búsqueda del bien común, por el
amor a Dios y a los demás, que es nuestro bien de ahora y que durarán para la
eternidad.
“Viviendo no
como necios, sino como prudentes, redimiendo el tiempo” no perdiéndolo,
aprovechándolo para bien de todos. Y conseguiremos después el cielo, y ahora la
felicidad y libertad terrenal.