domingo, 31 de marzo de 2013

viernes, 29 de marzo de 2013

“LA SOBERBIA Y LA HUMILDAD”


“LA SOBERBIA Y LA HUMILDAD” 

Hoy, Viernes Santo, - día muy importante para los creyentes en Jesucristo -, necesitamos la humildad como medio para alcanzar las metas que nos corresponden. 
Les pido, a Padre Dios y su hijo Jesucristo Dios, nos dé la humildad, y con ella la sabiduría y participación, para dejar de ser esclavos y ser libres y felices.

La tendencia a la soberbia perdurará en nuestros corazones hasta el momento de la muerte. Es de las peores inclinaciones del ser humano, porque nos incita a “ser como Dios”, o a prescindir de Él, no pidiéndole ayuda y no dándole gracias.
Una de sus consecuencias es la desunión y la falta de la honesta participación en la vida familiar, empresarial y social.
La soberbia nos hace confiar exclusivamente en nuestras fuerzas. Nos incapacita para levantar la mirada por encima  de nuestras cualidades y éxitos. El soberbio siempre se queda a ras de tierra.
La soberbia nos deja solos y débiles, aunque nos creamos fuertes y capaces de grandes obras. Nos hace enemigos de la santidad, se sea creyente o no.
Es también enemiga de la amistad, de la alegría, de la verdadera fortaleza …
La Humildad es el fundamento de todas las virtudes. Su oponente es la soberbia, que desemboca en el egoísmo.
El egoísmo nos convierte en la medida de todas las cosas, hasta el desprecio total de Dios. No nos permite amar, más allá de a nosotros mismos.
El egoísmo nos hace ser tacaños y desagradecidos. Y las pocas veces que damos lo hacemos calculando el beneficio.
La soberbia es la raíz del egoísmo, y hace al hombre desgraciado. No sabe dar sin esperar nada a cambio. No habla sino de si mismo, es desagradecido, desprecia a los demás, y siempre pretende poner el punto final. Él es lo único que le interesa.
El origen de todo pecado es la soberbia. El hombre comienza a ser soberbio cuando se aparta de Dios de manera consciente y lo repudia.
La humildad está relacionada con todas las virtudes, en especial con la alegría, la fortaleza, la castidad, la sinceridad, la sencillez, la afabilidad y la magnanimidad.
El humilde tiene gran facilidad para la amistad.
Para ser humildes debemos aceptar la humillación que suponen aquellos defectos que no logramos superar, nuestras flaquezas diarias … También nos ayudará el querer hacer la vida más amable a los demás, prestar las ayudas que nos pidan, servir a la familia, en el trabajo, en cualquier parte.
Tratar de rectificar en aquello que nos hemos equivocado.
Querer a los demás sin pedir nada a cambio, eleva la humildad, engrandece el alma y da la plena felicidad.
La humildad hace al hombre grande, enriquece lo que le rodea y desarrolla la libertad.



martes, 26 de marzo de 2013

“SINCERIDAD Y VERACIDAD”


      “SINCERIDAD  Y VERACIDAD”

Con el deseo que este Martes Santo sea el comienzo, - sin interrupción -, de sinceridad y de veracidad.

No hablar del daño que sufre nuestra alma causa sordera.
Cuando falta la sinceridad, el alma no escucha y rechaza las razones o argumentos que podrían ayudarla.
Si no hablamos de nuestras miserias - reconociendo lo frágiles que somos -, si las callamos, la soberbia se enseñorea de nuestra vida.
Por el contrario, abrir nuestro corazón con sinceridad y recibir el apoyo del amigo o de la ayuda espiritual es uno de los mayores bienes que podemos hacernos a nosotros mismos.
No resistirnos a las gracias, en especial a las de Padre Dios, para que Él nos purifique. Ser siempre muy sinceros.
La verdad garantiza una vida humana honesta.
En ocasiones, la verdad está tan oscurecida por nuestras faltas, que no es posible reconocerla.
La vanagloria, la pereza, la vanidad ayudan a aceptar la mentira. Como la soberbia, o el temor a quedar mal.
Para vivir una vida humana necesitamos amar la verdad. Es algo sagrado, que debemos tratar con el mayor respeto y amor.
Con la vanidad de la vanagloria, de la soberbia, del no querer quedar mal es fácil aceptar o decir la mentira.
Para los católicos es muy importante la verdad, Jesucristo dijo: “Yo soy la verdad”. La sinceridad es imprescindible con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Hay quien presume de ser sincero, de ser auténtico, para justificar un libertinaje al que llaman libertad. Otros se esconden en el anonimato que fabrican con la mentira.
No se trata de mistificar la verdad, sino de ser personas de palabra.
Personas que cuando se equivocan, rectifican.
No mentir jamás.
Sin olvidar aquella otra virtud relacionada con la veracidad y con la sinceridad: la lealtad.
Porque la lealtad es la veracidad de la conducta. Mantener la palabra dada.
Que se nos conozca porque somos personas leales.
La infidelidad es un engaño. La fidelidad es una virtud necesaria para una vida sana y feliz, tanto personal como socialmente.
El amor a la verdad nos debe preparar para no hacer juicios precipitados.
Tener siempre un sano espíritu crítico ante tanta información recibida por todos lados. Muchas de ellas son tendenciosas y partidistas. Deforman la realidad.
Preocuparnos decir y oír - por amor a la verdad-, lo cierto y no el que dicen o el que dirán.
Entonces será realidad lo que nos dijo Jesucristo: “La verdad os hará libres”.

domingo, 24 de marzo de 2013

viernes, 22 de marzo de 2013

EL LIDERAZGO DE VENEZUELA.


Artículo que me publicó un periódico local extinto (El Eco de Canarias, página 6) el 15 de mayo de 1982, de Las Palmas de Gran Canaria, España. Y que hoy reproduzco, porque creo que debía darse las mismas circunstancias de las de aquellos días. Y que dice:

EL LIDERAZGO DE VENEZUELA.
                                                                                    Por Luis García Correa.

“Creo que Venezuela le espera una gran responsabilidad en el concierto de naciones y, en especial, en Iberoamérica.
Creo que Venezuela por su situación geográfica, sus muchos kilómetros de costa, sus riquezas naturales y sus hombres está llamada a ser el líder de los países de habla hispana.
Creo que aún está en vigor, quizá hoy más que nunca, los anhelos del Libertado, de Simón Bolívar, por la unión y comunidad de pensamiento, económico y de lengua de los países de América latina.
A los tres credos mencionados habrá que sumar el creo en la colaboración que, por obligación, hoy tenemos los canarios en cooperar a una mayor grandeza de Venezuela y su liderazgo.
Venezuela y Canarias, Canarias y Venezuela se tienen que fundir en leyes y normas - en todos los órdenes de la vida humana – que le permitan a ambas desarrollar las ventajas, fortalecer la hermandad de sangre y generar la energía que, en potencia, unos y otros tenemos para el bien de los interesados y de un más allá de sus fronteras.
Es la historia la base del presente y camino hacia el futuro, y en esa misma historia, la que hasta hoy hemos continuado enriqueciendo con la fusión de hombres y mujeres de ambos lados del Atlántico, seguimos creando la gran riqueza de valores materiales y humanos hasta el punto de similitud del carácter.
El reto del presente y los acontecimientos creo están acelerando la necesidad de ese liderazgo.
Entiendo que la delicadeza, el respeto y la consideración hacia el resto de los países, que siempre ha mantenido Venezuela, la hacen aún más merecedora de esa tremenda responsabilidad y honor.
Caminar por el sendero angosto y accidentado que hoy las grandes potencias han hecho de la paz, no es fácil.
Caminar por el sendero angosto y accidentado de la paz con la humildad y con el respeto a los demás, considerando a la persona como valor de valores terrenales, no es fácil.
No es fácil ser líder. Pero es una necesidad y obligación actuar cuando se es.
Asumamos venezolanos y canarios la parte de responsabilidad que nos ha tocado e intentemos ensanchar y allanar, en la medida de nuestras posibilidades, el camino de la paz.
Sea Venezuela lo que debe ser y colaboremos nosotros a que sea lo que es”.

martes, 19 de marzo de 2013

“LA SOBERBIA Y LA HUMILDAD”


 “LA SOBERBIA Y LA HUMILDAD”

La tendencia a la soberbia perdurará en nuestros corazones hasta el momento de la muerte. Es de las peores inclinaciones del ser humano, porque nos incita a “ser como Dios”, o a prescindir de Él, no pidiéndole ayuda y no dándole gracias.
Una de sus consecuencias es la desunión y la falta de la honesta participación en la vida familiar, empresarial y social.
La soberbia nos hace confiar exclusivamente en nuestras fuerzas. Nos incapacita para levantar la mirada por encima  de nuestras cualidades y éxitos. El soberbio siempre se queda a ras de tierra.
La soberbia nos deja solos y débiles, aunque nos creamos fuertes y capaces de grandes obras. Nos hace enemigos de la santidad, se sea creyente o no.
Es también enemiga de la amistad, de la alegría, de la verdadera fortaleza …
La Humildad es el fundamento de todas las virtudes. Su oponente es la soberbia, que desemboca en el egoísmo.
El egoísmo nos convierte en la medida de todas las cosas, hasta el desprecio total de Dios. No nos permite amar, más allá de a nosotros mismos.
El egoísmo nos hace ser tacaños y desagradecidos. Y las pocas veces que damos lo hacemos calculando el beneficio.
La soberbia es la raíz del egoísmo, y hace al hombre desgraciado. No sabe dar sin esperar nada a cambio. No habla sino de si mismo, es desagradecido, desprecia a los demás, y siempre pretende poner el punto final. Él es lo único que le interesa.
El origen de todo pecado es la soberbia. El hombre comienza a ser soberbio cuando se aparta de Dios de manera consciente y lo repudia.
La humildad está relacionada con todas las virtudes, en especial con la alegría, la fortaleza, la castidad, la sinceridad, la sencillez, la afabilidad y la magnanimidad.
El humilde tiene gran facilidad para la amistad.
Para ser humildes debemos aceptar la humillación que suponen aquellos defectos que no logramos superar, nuestras flaquezas diarias … También nos ayudará el querer hacer la vida más amable a los demás, prestar las ayudas que nos pidan, servir a la familia, en el trabajo, en cualquier parte.
Tratar de rectificar en aquello que nos hemos equivocado.
Querer a los demás sin pedir nada a cambio, eleva la humildad, engrandece el alma y da la plena felicidad.
La humildad hace al hombre grande, enriquece lo que le rodea y desarrolla la libertad.

viernes, 15 de marzo de 2013

“VIVIR EN SOCIEDAD”



“VIVIR EN SOCIEDAD”

Las relaciones entre nosotros, los vecinos o conocidos, no se deben limitar al trato ocasional. Deben servir para crear vínculos duraderos y fuertes, que construyan una sociedad unida y libre, pero sobre todo participativa. No somos islas dentro de la ciudad y entre las personas.
El Concilio Vaticano II  recuerda que “el hombre, por su  íntima naturaleza es un ser social, y no puede vivir ni desarrollar sus cualidades sin relacionarse con los demás”.
La sociedad es el medio natural que el hombre usa para alcanzar sus fines. No puede vivir de espaldas a ella, ni tampoco a costa de ella: el hombre es hombre en ella y con ella.
La convivencia es fuente de deberes y derechos, en la familia, en el trabajo, en la vecindad … Y todo para el bien de todos.
¿Estamos siempre disponibles para los demás?
¿Qué puedo y debo hacer por los demás?
Si no nos hacemos estas preguntas, nuestro presente es aterrador y el futuro catastrófico.
Los católicos lo tenemos claro: “Dios nos constituyó hijos suyos y hermanos de los hombres”.
Jesucristo añadió el Mandamiento Nuevo: “que nos amemos los unos a los otros, como Él nos ha amado”. Es, por tanto, un mandamiento sin límites cuantitativos ni cualitativos.
Estamos relacionados por vínculos naturales y sobrenaturales.
“La dimensión fraterna obliga a ejercitar las virtudes cívicas y sociales, y estando en libertad, nos relacionamos con esos deberes cívicos y sociales”: respetar las leyes del tráfico, ser educados en todos los momentos, pagar los impuestos que nos corresponden, participar en las distintas asociaciones ... etc.
Necesitamos a los demás, y los demás nos necesitan.
El desarrollo de la sociedad tiene lugar gracias a la contribución de cada uno de nosotros. Cada uno aporta lo que le es propio, sus dones. Con ellos desarrolla su personalidad y sirve a los demás.
Nadie puede alcanzar el fin personal si no es contribuyendo al bien de los demás.
La vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y sus capacidades.
Y todo para que la sociedad sea cada vez más humana, más  honesta y más libre.
Vivir en la sociedad de espaldas a Dios y a los seres humanos, es un pecado de lesa majestad.
¿Fomento el bien de los demás, en especial de los más necesitados?
¿Cumplo con las obligaciones de vecindad, cuidando los ruidos, la limpieza …?
En definitiva ¿Me mueve el afán de servir a los demás, en especial a quienes más lo necesitan?
Quien se olvida de si para ocuparse de los demás logrará hacer felices a los demás. Y alcanzará su propia felicidad. Es la única actitud que hace posible un mundo mejor.
La persona que se ocupa de los demás vive en sociedad: enriquece a la sociedad y se enriquece personalmente.
Si todos actuáramos de esta manera, desaparecería la crisis de valores y surgiría una sociedad amiga, en la que la mayoría honesta fomentaría la participación de todos. Viviríamos en una sociedad feliz y no en el aislamiento empobrecido, deshumanizado y triste como el actual.
Ahora, por favor, le toca también a usted ¿Nos puede ayudar? Gracias, vivimos en comunidad, vivimos en sociedad.

martes, 12 de marzo de 2013

“NO JUZGUES Y NO SERÁS JUZGADO”


 “NO JUZGUES Y NO SERÁS JUZGADO” 

Un gran amigo me ha hecho pensar y reflexionar mucho sobre esta frase: “NO JUZGUES Y NO SERÁS JUZGADO”,
Creo que con frecuencia podemos caer en este enorme error de juzgar sin motivo, y causar un grave daño. Por ello reflexionemos, lo que deseo hacer con la humildad de que sea capaz.
La humildad de reconocer nuestras muchas deudas para con Dios y para con los hombres nos debe ayudar a perdonar y a disculpar a los demás.
No confundiendo disculpar con justificar.
Los católicos lo tenemos claro: Si miramos todo lo que Dios nos ha perdonado, nos daremos cuenta de lo mucho que debemos perdonar a los demás.
No juzgar, y menos en los pequeños agravios, a los que siempre debemos quitarles importancia, y a ser posible hacerlo con elegancia humana. Nuestra vida se vuelve más alegre y serena, y no sufrimos por pequeñeces.
San Josemaria Escrivá de Balaguer nos dijo: ¿Hemos de comprender a todos, convivir con todos, y disculpar a todos, hemos de perdonar a todos?
Por supuesto, no digamos que lo injusto es justo, que lo malo es bueno.
Ahoguemos el mal en el mar de la abundancia del bien.
Aprendamos a no juzgar las intenciones íntimas de las personas.
Nos podemos confundir porque sólo percibimos unas pocas manifestaciones externas, que pueden ocultar  los verdaderos motivos de su actuar.
San Bernardo nos dice: ¿Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior?
Excusemos la intención, si no podemos o no debemos excusar la acción.
¿Cuántas cosas hacemos por ignorancia, por sorpresa o por debilidad?
Y cuando el hecho es tan evidente, digamos para nuestros adentros: la tentación habrá  sido muy fuerte.
¿Cuánto errores cometemos en la convivencia diaria? La mayoría de poca importancia, por dejarnos llevar por juicios o sospechas infundadas.
San Josemaría afirmaba ¿mientras interpretes con mala fe las intenciones ajenas, no tienes derecho a exigir compresión para ti mismo?
La compresión nos debe servir para vivir amablemente abiertos hacia los demás, sabiendo encontrar la parte de bondad que hay siempre en todos nosotros.
La humildad nos hace comprender. Sin ella se ven las faltas de los demás aumentadas y disminuimos las nuestras.
La humildad nos hace objetivos, pudiendo vivir el respeto y compresión, surgiendo fácil la disculpa a los defectos ajenos. Y no nos escandalizamos.
Nos hace ver que podemos cometer los más graves pecados, como cualquier otro humano.
Sin confundir con la justificación, no juzguemos y no seremos juzgados, y la paz estará con nosotros, y la habremos repartido.







domingo, 10 de marzo de 2013

viernes, 8 de marzo de 2013

“LA VIRTUD DE LA CARIDAD”


 “LA VIRTUD DE LA CARIDAD

Con la ayuda de la gracia, los cristianos tenemos que descubrir a Dios en nuestro prójimo, porque todos somos hijos del mismo Padre y hermanos de Jesucristo. Esta es la señal distintiva de los creyentes.
La virtud de la caridad nos acerca al prójimo. Es algo más que el trato humanitario: el humanitarismo, si se me permite la expresión. Es amar al prójimo. Y no de cualquier manera: "como Yo os he amado".
Este amor a los demás se consigue y crece con la gracia.
La caridad no excluye los amores legítimos de la tierra. Los tiene en cuenta y los sobrenaturaliza, los purifica y los hace más profundo y firmes.
La educación, la cortesía, las normas elementales de convivencia … son elevadas a un orden superior por la caridad.
La falta de caridad embota la inteligencia, en especial para el conocimiento de Dios y de la dignidad humana.
Todas las obras son baldías sin la caridad, aún las que exigen mayor sacrificio. Incluso la virtud de la esperanza no da frutos sin la caridad.
No hay sustituto a la caridad.
Hoy deberíamos comprobar si tenemos detalles de servicio con quienes convivimos y trabajamos, si procuramos ser amables y educados, si damos paz y alegría, si ayudamos a los que nos rodean … O somos indiferentes.
Si nuestra caridad la concretamos en obras en servicio a los demás.
Según San Pablo, la caridad es paciente.
La paciencia denota una gran fortaleza y es una virtud necesaria para la convivencia
Intentar que nuestras palabras lleguen beneficiosamente al corazón de los demás.
La caridad es benigna, siempre dispuesta a hacer el bien a todos.
No es envidiosa. La envidia engendra pecados gruesos y de mal gusto.
La envidia resquebraja la amistad entre amigos y la fraternidad entre hermanos.
La caridad no obra con soberbia. No es jactanciosa.
Sin humildad no puede existir ninguna virtud y menos el amor.
El deseo de sobresalir es una de las faltas de caridad más frecuentes.
El orgulloso no ve más allá de su persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de su talento … Su horizonte es estrecho: no incluye a Dios ni a los demás.
La caridad todo lo cree, todo lo espera y todo lo sufre. No busca lo suyo, lo que creemos debería ser nuestro
La caridad no termina jamás y perdura eternamente.
Sin la caridad no hay felicidad y menos la libertad.
De nosotros depende y no del vecino. Seamos caritativos por amor a Dios y por amor a los hombres.

martes, 5 de marzo de 2013

“LA SOBERANÍA POPULAR”



“LA SOBERANÍA POPULAR”


No creo que la recuperación económica y social, la recuperación de la libertad, sea posible mientras no exista una soberanía popular auténtica.
Somos cómodos y conformistas. Hemos renunciado a ejercer nuestra potestad y se la hemos confiado a la clase  política y a los poderes económicos perversos.
Hemos consentido la corrupción. Y lo estamos pagando.
En nuestro país, una enorme masa de pasotas e individualistas contribuye, cotidiana y directamente, al fortalecimiento de los poderes mal ejercidos, porque no respetan los valores éticos o religiosos. Ésa es la verdadera causa de la crisis económica.
En mi opinión, hasta que el pueblo no participe de su propia vida e historia, ejerciendo la autoridad que le corresponde, los graves problemas del momento presente quedarán sin solución.
La crisis económica, la falta de trabajo y la deshonestidad se perpetuarán. Y con ellas, crecerá la pobreza personal, la pobreza social y la pobreza política.
El comportamiento responsable y exigente de la mayoría honesta es cada vez más necesario. No me cansaré de repetirlo. Es urgente que, por vía de hecho,imponga su comportamiento correcto en todos los órdenes de la existencia. Que la honestidad pro-activa sea norma de vida.
La renuncia al ejercicio de la soberanía popular -cimiento del comportamiento democrático y libre- es lo que permite a la clase política y al poder económico perverso dominarnos y convertirnos en auténticos esclavos.
Nuestro poder original está tan desacreditado, tiene tan poco valor, que el poder perverso no sólo se ha hecho con la economía: también nos ha quitado la libertad.
Mientras no ejerzamos la soberanía popular, no habrá democracia real, ni tampoco libertad.
El único camino que conozco es que la mayoría honesta despierte. Que usted, yo y todos los demás vivamos de acuerdo a valores éticos o religiosos, con un comportamiento honesto y libre.
Restablezcamos nuestra autoridad (hagámosla valer) y habremos restablecido la democracia, la economía y la libertad. Sin ellas no hay felicidad.
La podredumbre de la corrupción, de la crisis económica, de la ausencia de valores éticos o religiosos que ahoga la felicidad, personal y social, y la libertad, crece y se multiplica en un "humus" cuyo principal componente es la renuncia: dejaciones de derechos e incumplimiento de obligaciones. Entre estas últimas, la obligación de ejercer el poder y también la de pedir responsabilidades a quienes se lo hemos confiados.
De usted, de mi depende, y del vecino también.

domingo, 3 de marzo de 2013

viernes, 1 de marzo de 2013

“¿CUÁNTO VALEMOS?”


“¿CUÁNTO VALEMOS?”

Se sea creyente o no, nuestro valor es inconmensurable, no se puede contar ni valorar.
Los no creyentes supongo se valoran por ser personas. Los creyentes lo tenemos claro: somos hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.
En ambos casos: ¿Existe mayor valor? ¡Más valor, imposible!
¿Nos consideramos como algo de tanto valor?
Si es así, el respeto y la consideración que nos tenemos, - que teníamos que tener -, debería ser, igualmente, inconmensurable.
Entonces: ¿Por qué matamos? ¿Por qué le quitamos la vida a otro ser de valor inconmensurable o le dañamos?
Esto debería ser imposible.
Lo cierto es, por nuestra imponente libertad, se puede matar, y de muchas maneras. Quizá la peor sea el aborto, con el atenuante que una madre, si mata, es algo tan grande que tiene que existir unas causas de perturbación, algo que las sitúe fuera de la realidad.
Lo contrario no lo entiendo.
¿Cuánto valemos? ¿Cuánto valgo?
Somos únicos e irrepetibles. Jamás habrá otro igual.
¿Nos damos cuenta de esa realidad?
La ciencia podrá hacer algo en el futuro, que desconozco. En cuanto al alma, estoy seguro que no habrá otro igual.
El alma es única e irrepetible. Se podrá tener un cuerpo igual, pero no un alma igual. Esto, también, lo creo a pies juntillas.
Se podrá clonar el físico, pero ¿se puede clonar el espíritu?
Somo únicos e irrepetibles, y por toda la eternidad.            
¿No es algo sumamente maravilloso e imponente?
Sólo vivimos una vida. No creo en la reencarnación.
Respeto, lógicamente, a las creencias de buena fe, como puede ser la reencarnación.
Hoy, ayer y si vivo mañana, son mi realidad. Son nuestras maravillosas realidades, y esos días hacen nuestras vidas.
Todos vivimos por el amor y para el amor.
El amor engrandece, ennoblece y eleva al ser humano a la cumbre del espíritu y de la felicidad.
Dios es amor.
Alegrémonos y demos gracias a Padre Dios por la vida y por lo que vivo.
Se sea creyente o no: vivimos, existimos y nos comunicamos.
Sirva para rentabilizar el valor inconmensurable de la vida, y con ella repartamos la felicidad, - a la que todos estamos llamados a vivir y a compartir -, por ser únicos e irrepetibles y tener la liberta.
Somos invalorables y eternos.

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