“VIVIR EN SOCIEDAD”
Las relaciones entre nosotros, los vecinos o conocidos, no se
deben limitar al trato ocasional. Deben servir para crear vínculos duraderos y
fuertes, que construyan una sociedad unida y libre, pero sobre todo
participativa. No somos islas dentro de la ciudad y entre las personas.
El Concilio Vaticano II recuerda que “el hombre, por
su íntima naturaleza es un ser social, y no puede vivir ni desarrollar
sus cualidades sin relacionarse con los demás”.
La sociedad es el medio natural que el hombre usa para alcanzar
sus fines. No puede vivir de espaldas a ella, ni tampoco a costa de ella: el
hombre es hombre en ella y con ella.
La convivencia es fuente de deberes y derechos, en la familia, en
el trabajo, en la vecindad … Y todo para el bien de todos.
¿Estamos siempre disponibles para los demás?
¿Qué puedo y debo hacer por los demás?
Si no nos hacemos estas preguntas, nuestro presente es aterrador y
el futuro catastrófico.
Los católicos lo tenemos claro: “Dios nos constituyó hijos suyos y
hermanos de los hombres”.
Jesucristo añadió el Mandamiento Nuevo: “que nos amemos los unos a
los otros, como Él nos ha amado”. Es, por tanto, un mandamiento sin límites
cuantitativos ni cualitativos.
Estamos relacionados por vínculos naturales y sobrenaturales.
“La dimensión fraterna obliga a ejercitar las virtudes cívicas y
sociales, y estando en libertad, nos relacionamos con esos deberes cívicos y
sociales”: respetar las leyes del tráfico, ser educados en todos los momentos,
pagar los impuestos que nos corresponden, participar en las distintas
asociaciones ... etc.
Necesitamos a los demás, y los demás nos necesitan.
El desarrollo de la sociedad tiene lugar gracias a la contribución
de cada uno de nosotros. Cada uno aporta lo que le es propio, sus dones. Con
ellos desarrolla su personalidad y sirve a los demás.
Nadie puede alcanzar el fin personal si no es contribuyendo al
bien de los demás.
La vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y sus
capacidades.
Y todo para que la sociedad sea cada vez más humana, más
honesta y más libre.
Vivir en la sociedad de espaldas a Dios y a los seres humanos, es
un pecado de lesa majestad.
¿Fomento el bien de los demás, en especial de los más necesitados?
¿Cumplo con las obligaciones de vecindad, cuidando los ruidos, la
limpieza …?
En definitiva ¿Me mueve el afán de servir a los demás, en especial
a quienes más lo necesitan?
Quien se olvida de si para ocuparse de los demás logrará hacer
felices a los demás. Y alcanzará su propia felicidad. Es la única actitud que
hace posible un mundo mejor.
La persona que se ocupa de los demás vive en sociedad: enriquece a
la sociedad y se enriquece personalmente.
Si todos actuáramos de esta manera, desaparecería la crisis de
valores y surgiría una sociedad amiga, en la que la mayoría honesta fomentaría
la participación de todos. Viviríamos en una sociedad feliz y no en el
aislamiento empobrecido, deshumanizado y triste como el actual.
Ahora, por favor, le toca también a usted ¿Nos puede ayudar?
Gracias, vivimos en comunidad, vivimos en sociedad.