“MI VERDAD”
El aceptar la verdad
o no aceptarla, condiciona radicalmente la vida del humano.
Si se afirma o se
niega la existencia de la verdad es como plantearse la existencia de Padre Dios,
que es algo que define, que marca el origen, nos conduce por la trayectoria a
seguir, y se llega a un fin o a otro, según la postura que se adopte.
¿Qué tiene la verdad
que compromete tanto nuestra vida?
La verdad es, sin
duda, y según diría San Agustín “la gran cuestión”
No es algo sin
importancia, en la periferia de mi existencia, es algo consubstancial,
pertenece a la misma naturaleza humana.
La verdad no es algo
que puedo mirar sin que a la vez no me comprometa.
Se vive siempre la
verdad desde la óptica del actor, nunca del espectador.
La verdad tiene que
ser mi verdad. Lo contrario no es la verdad, es disculpa.
Negar la verdad
supone en erigirme en creador de mis propias verdades.
Mi verdad se impone
por sí misma, no hay que tolerarla, sólo hay que aceptarla. DIOS EXISTE.
Los católicos si
defendemos nuestra verdad no debemos convertirnos en intolerantes, sino en entusiastas
de ser ofrecida y luchar por ella, como es la existencia de Dios.
El ignorar la
verdad de la existencia de Dios, sí puede llevarnos a la intolerancia,
por creernos en posición de únicos depositarios de la verdad.
El estar enamorado de
la verdad, - como debemos estar los católicos -, nos obliga a tener la
sensibilidad y la caridad necesarias para no herir a los que adopten posiciones
distintas a las nuestras.
El que está en la
verdad y vive de acuerdo a ella -que es la aspiración y obligación del
católico- debe ser comprensivo con todos, puesto que hay una especial facilidad
por la que cualquiera puede caer en el error.
No debemos, nunca,
convertirnos en creadores de la verdad.
Afirmar, por ejemplo:
“yo lo tengo claro”: “no creo en los curas”, “creo en el aborto”… es una manera
de decir que yo ya sé lo que para mí es la verdad.
Cuando a la verdad se
le acalla, el error mina la existencia humana convirtiéndola en una sospecha.
Debemos hacer lo
posible porque la verdad resplandezca y esté en todos los órdenes de nuestra
vida, y en la vida de todos.
No podemos permanecer
seguros de nuestra verdad: no vaya a ser que esté fundamentada en falsas
realidades, en imaginaciones. Tenemos la obligación de buscar la verdad.
No está de moda
enamorarse de la verdad. Antes se buscaba la verdad como meta
indispensable para la tranquilidad de la conciencia.
Parece estar de moda
un escepticismo ilustrado.
Ese escepticismo creo
procede de sentirse satisfecho al considerarse conocedor de la verdad. ¿Se ha
tratado de profundizar y de buscarla?
Estamos obligados a
buscar la verdad suprema y fundamentar nuestras vidas y nuestros actos en esa
verdad, en esa verdad inmaterial, espiritual, que es Dios, que dé luz, dirija y
ordene nuestra conciencia.
No podemos ni debemos
olvidar, y menos ignorar, la verdad acerca del destino de nuestra alma, porque,
entonces, vagaremos mentalmente por el vacío infinito y sin la esperanza de una
compensación por el bien que hayamos hecho.
El buscar la verdad
del fin de nuestra alma, deber ser, necesariamente, el camino obligado para
tener, en esta tierra, la felicidad, y en la otra la eterna felicidad: que es
estar en el Cielo con Padre Dios.
En espera que este complicado
tema de la verdad, apoyado en la existencia de Dios, nos sirva para alegrarnos
de estar en nuestra verdad - en la de los católicos - por la que queremos vivir
y morir y alcanzar los promesas de Nuestro Señor Jesucristo, y llegar a la
tranquilidad de nuestras conciencias porque vivimos y moriremos en el camino
recto y esperanzador de la presente y eterna felicidad.
Que Padre Dios nos
conceda claridad y fuerzas para vivir nuestra verdad con todas sus
consecuencias; e intentemos convencer aquellos que no la tienen, para que
tengamos todos esa felicidad que se tiene cuando el alma está en camino de la
santidad, haciendo y diciendo lo que Nuestros Mandamientos nos exigen y,
nosotros gustosos, porque así lo creemos, vivimos y practicamos nuestra verdad.
Que esa verdad sea la
de todos, para gloria de Padre Dios y de Su Santísima Madre la Virgen María.
La verdad, amigo mío, es un espejo roto en mil pedazos. Cada cual es dueño de un pedacito de espejo y ve la parte de la verdad que en él se refleja, más no toda la verdad.
ResponderEliminarEse pedacito es la única parte de la verdad que conocemos. Podemos curiosear en el pedacito de otros para tener una visión de la verdad más amplia, pueden contarnos los demás lo que ven en su espejito y al fin podemos hacernos cada cual una idea de cual debe de ser la verdad total.
El asunto, amigo, es que nadie puede ver la imagen de la verdad como si el gran espejo no estuviera roto. Al fin y al cabo, el vivir debe de ser juntar pedacitos de verdad para tener una verdad lo más amplia posible.
“Estupenda descripción. Probablemente, como dice, habrá que reconstruir ese espejo.
Mi "pedazito" refleja una verdad que me llena de alegría: Dios es mi Padre. A partir de aquí surgen y se desarrollan mis vivencias, mis esperanzas y mis ilusiones. Soy muy afortunado. De ese gran espejo del que habla me ha tocado un trozo muy sencillo. Padre Dios colma todas mis aspiraciones materiales y espirituales. Mi espejito me llena tanto, que lo considero mi verdad absoluta. Para esta vida y para después de la muerte: la eternidad”.