“EL BIEN COMÚN”
El bien común debe ser el más común
de todos los bienes.
La protección de los bienes
fundamentales de las personas, tales como la familia, la igualdad de
oportunidades, el derecho al trabajo, la protección de nuestro hábitat natural,
el derecho a la vida, etc. son parte del necesario bien común.
El derecho y el deber al bien común
deben ser vividos por toda la humanidad. No existe disculpa alguna para no
participar en la construcción del bien común. El bien común es un deber y un
derecho irrenunciables e imperdonables.
Cualquier pasividad en el
comportamiento - con respecto al bien común - es parte de las vivencias de la
irresponsabilidad del pasota, del individualista, o del que se escaquea.
No existe razón para claudicar en la
obligación de colaborar al bien común. Tampoco son justificables las omisiones
consentidas.
Tanto las omisiones como las
claudicaciones acerca del bien común - algunas suelen ser de tipo religioso - se
pueden convertir en problemas de orden material como espiritual.
Los creyentes lo tenemos claro:
tenemos el deber de santificarnos, en el cotidiano vivir, en esas realidades.
San Juan XXIII dijo: “el aspecto más
siniestramente típico de la época moderna consiste en la absurda tentación de
querer construir un orden temporal sólido y fecundo sin Dios, único fundamento
en el que puede sostenerse”. Y a la vivencia de esta errónea creencia
contribuye la falta de participación de una mayoría honesta.
No existe liberación ni libertad sin
el bien común.
No existe felicidad sin el bien
común.
No hay bien particular, si no lo hay
general, si no hay un bien común.
La ignorancia, la despreocupación y
la falta de una mayoría honesta comprometida crean los problemas que estamos
viviendo, porque el bien común es el más común de todos los bienes.
“Quien es fiel en lo poco, lo es
también en lo mucho”.
Lo poco que cada uno pueda hacer por
el bien común, es lo que debe hacer.
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