“NADIE TIENE UN PRECIO”
El valor de cada
ser humano es incalculable. Nadie tiene un precio.
Hay quien se
fija un precio faltando a su propia dignidad, a sus valores y reduciéndose a
mercancía con la que se puede comerciar.
¿Quiénes se
fijan un precio? Quienes se venden.
Hay quien fija
su valor en una cantidad, reduciendo sus valores a ese precio, al que dedica
sus esfuerzos, su vida y sus desvelos.
Cuando la
honestidad se tasa y se utiliza para alcanzar un precio, se hunde en el fango
de la deshonestidad y el desprecio.
Una vez
manchado, uno queda marcado. Aunque sigue existiendo el perdón, a quien
pide perdón y se arrepiente de corazón.
Alabados sean
los que se arrepienten, de ellos es el honor terrenal y la gloria celestial.
¡Qué triste
comprobar cómo por dinero y poder se arruina lo que tenemos de más valor:
nuestro nombre y prestigio!
La gran riqueza
que tenemos es nuestra honestidad, la humildad y el amor.
Para el avaro de
dinero y poder, su riqueza es el dinero y el poder, lo que le hace perder lo
que tiene más valor: la honestidad y el reconocimiento familiar y social.
Nadie tiene un
precio, ni lo tendrá nunca.
Rendirnos al
poder del dinero y del propio poder nos convierte en esclavos: encarcelamos
nuestra alma y nuestro corazón convirtiéndolos en materia de cambio por dinero
o poder, despojándonos de valor y de honor.
Nadie tiene un
precio, ni nadie tiene poder ni autoridad para tasar a un ser humano poniéndole
precio.
Nadie tiene un
precio, porque somos inviolables.
Quien se pone un
precio se ha tasado, y se ha condenado.
“Nadie tiene un
precio”. Ni lo tendrá jamás.
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