LA ÉPOCA QUE NOS HA TOCADO VIVIR.
La época que nos ha tocado vivir tiene
tres facetas bien diferenciadas: las circunstancias propias, las ajenas, y las
circunstancias creadas.
Las circunstancias propias tienen mucho
que ver con las creencias y los valores personales.
Las circunstancias ajenas han sido, y
son, la pandemia del coronavirus, y la crisis económica y moral que se nos echa
encima a toda velocidad.
Cuando hablo de las circunstancias
creadas me refiero a aquellas que son consecuencia de las decisiones que toman
las autoridades que detentan el poder.
Ser y tener autoridad social o política
implica trabajar y luchar, pero también ser consciente de que ese poder debe
emplearse para el bien común.
Uno de los mayores honores y
responsabilidades que puede tener un ciudadano es desempeñar un cargo de
autoridad en la sociedad.
En las democracias reales, la autoridad
la tiene el pueblo, quien la delega en las personas elegidas en una votación
universal, libre y honesta.
Los votantes, es decir, las personas que
han elegido a los políticos, tienen la gran responsabilidad de los daños que
causen esas personas elegidas y que han sido revestidas de autoridad.
Votar no es solo elegir: es cargar con
la responsabilidad de los hechos de quienes han sido elegidos, en especial la
responsabilidad de los que tienen autoridad.
Por eso insisto tanto en que las listas
cerradas son un mal, porque se puede elegir a personas incapaces de actuar con
honestidad y lealtad al pueblo que gobiernan.
La triste realidad es que este defecto
del sistema no exime de responsabilidad a nadie.
Para no tener responsabilidad tendría
que haber cauces adecuados para el rechazo y el arrepentimiento.
La responsabilidad comprende todo el
mandato de los elegidos.
El amor y la lealtad al partido no
deberían cegar hasta el punto de no reconocer -no querer reconocer habría que
decir- el que entre los compañeros de la lista hay personas que son incapaces
de gobernar sin hacer el mal.
Esa responsabilidad afecta también a los
que, a sabiendas, ha elegido a personas que son un peligro para la sociedad. Su
responsabilidad durará mientras los electos se mantengan en sus cargos.
A la hora de elegir hay que hacer caso a
la conciencia personal, y no a la obediencia ciega al partido. En las listas
cerradas no hay libertad, lo cual impide la honesta participación.
Todos los cargos electos revestidos de
autoridad no deberían olvidar que la ejercen porque fueron elegidos.
Por supuesto que los políticos elegidos
son los responsables directos de los daños que causen. Pero, como suele
decirse, la causa de la causa también es causa del mal causado.
¿Qué pueden hacer los arrepentidos de
haber elegido a personas malas, incompetentes y dañinas? Deberían demostrar su
rechazo para poder vivir con la conciencia tranquila.
La conciencia es algo que no podemos eliminar.
“¡De los arrepentidos es el honor, el
respeto, y el perdón debido!”
No soy juez para juzgar. Hago y digo lo
que mi conciencia me dicta. Y lo que mi conciencia me dicta en este momento de
mi vida es dar mi opinión tratando de ayudar.
Mi conciencia y mis creencias me obligan
a denunciar esta realidad.
Soy creyente, y creo en el poder de la
oración. Rezaré porque Padre Dios, a quién amo y adoro, ayude a esas personas a
arrepentirse, y las ilumine para que hagan lo que tienen que hacer de acuerdo a
sus conciencias y obligaciones.
“¡El cielo terrenal, y el del más allá,
serán para los ciudadanos que bendigan a quienes son honestos y leales y
castiguen a quienes no lo son!”
Vivimos unos momentos trascendentales.
Ahora es el momento de actuar.
Ya han muerto muchas personas, algunas
que han dedicado su vida a ayudar, y merecen no solo el reconocimiento y el
eterno recuerdo, sino que hagamos lo posible por remediar el daño causado. Y
que no se cause más daño.
“¡Las personas incompetentes, dañinas y destructivas
tienen que dejar su cargo y autoridad!”
Esa es la gran responsabilidad de los
que han votado.
Padre Dios ilumina a esas personas, mal
elegidas, para que corrijan el daño causado, y el que están causando.
El honor, el reconocimiento y la
admiración a quien corrige sus errores y pecados.
Benditas y benditos sean, por siempre, y
queden en la memoria, los arrepentidos que han corregido sus errores y pecados.
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