viernes, 7 de junio de 2013

“LA DESILUSIÓN”


“LA DESILUSIÓN

Nunca se deja de aprender.
Tener ilusión es necesario. La ilusión es fuente de vida y de renovación. El hombre, la mujer ilusionada son siempre jóvenes, diga lo que diga su carnet de identidad. Pero las ilusiones hay que gestionarlas con cautela y prudencia. Una cosa es tener ilusión y otra hacerse ilusiones. Por ejemplo, reconozco que soy creído por naturaleza. Y que, a veces, los sentimientos me ciegan y me la juegan.
La ilusión buena es como la fruta madura. Cuando un hecho nos genera una ilusión hay que saber esperar, dejar pasar un tiempo prudencial. La ilusión buena requiere unas gotas de sano realismo. La paciencia del agricultor, esa mezcla de entusiasmo y experiencia.
Soñar y tener ilusiones es maravilloso. Pero no se puede vivir de ilusiones. Si lo que espera con excesiva ansiedad no llega a realizarse; si no se acepta la posibilidad de que no exista ... la tristeza se apodera del corazón. Y deja una huella, malogra a las personas: hombres y mujeres desilusionados, atrapados por las malas experiencias.
Los valores que uno aprende desde niño ayudan a evitar la desilusión. O, si se prefiere, a domesticar la ilusión.
A veces, la desilusión tiene su origen en la mala voluntad de una persona. Es decir, alguien, con su comportamiento, con su actitud, nos desilusiona. ¡Fulanito, fulanita, me ha defraudado! Pensamos o decimos, en tono de queja, a menudo. Hay que tener en cuenta que, en estos casos, se suele producir un efecto bumerán: la desilusión afecta también a quién la provocó. Regresa a su origen.
Por este motivo hay que rezar mucho.
Cuando mi desilusión tiene su origen en el comportamiento de alguien, hay que rezar por ella o por él. El que desilusiona, la que desilusiona, también es víctima del mal que ha originado.
Nunca hay razón para desearle el mal a nadie, tampoco a quien nos defrauda o desilusiona. Al contrario, el odio, la venganza, multiplican el mal causado. Comprender, disculpar, rezar mitigan el daño: sanan a quien lo recibe y a quien lo produce.
Sólo las almas grandes, los gigantes del amor, son capaces de actuar de esa manera. La mayoría se regodea en el mal, o simplemente deja que sufra el dañado, olvidando que le llegará el mal causado.
Si la desilusión viene sola, puede ser causa de bien. Lo malo es que venga acompañada del rencor, de la incomprensión o del deseo de venganza. 
El primer Mandamiento de la ley de Dios es la mejor medicina contra la desilusión: amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos.
Si el mundo en que vivimos es, a veces, desilusionante, es porque no se vive este Mandamiento. Remedios los hay, pongámoslos y reinará la paz. Entonces no habrá quien genere la desilusión, habrá desaparecido uno de los principales elementos perturbadores del genero humano.
Quiero al ser humano con pasión. Confío que no siga viviendo con desilusión

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