“PRINCIPIO AGUSTINIANO”
El principio agustiniano dice: “en los asuntos necesarios unidad, en los opinables libertad, en todos caridad”.
Y todo basado en ese don inconmensurable y de otro tanto de responsabilidad, que es: LA LIBERTAD.
La libertad es la virtud y la responsabilidad de poder elegir entre el bien y el mal.
La libertad y ese principio, manifiestan que esta unidad no es uniformidad, nos empobrecería.
La diversidad es riqueza, con la que damos gloria a Padre Dios.
Nunca debemos estar evaluando nuestras buenas acciones. Ni de estar pendiente de las acciones de otros. Debemos meternos en nuestros corazones y ver si nuestras actuaciones buscan el bien ajeno, y si es a fondo perdido o, por el contrario, esperamos compensación, el pago.
La grandeza radica en el desprendimiento, al que todos podemos y debemos llegar, y un medio es aplicar el principio agustiniano.
¿En qué estamos aplicando todos los talentos que hemos recibido? ¿En qué lo estamos usando y desarrollando? Y llegaremos a la realidad de nuestros actos.
No basta con ser bueno, hay que demostrarlo. Así lo creo, aunque cuesta.
Nunca tenemos el monopolio de la verdad. Si el respeto a toda creencia honesta y natural.
En la iglesia católica – con misión universal - tenemos a Pentecostés, que es la consagración de todos los caminos, no uniformidad violenta. No excluimos a nadie, y menos por creencias.
Por eso luchamos y consideramos tanto a la amistad, teniendo, cada cual, sus circunstancias personales.
Respetamos y amamos la diversidad de formas de ser, y vemos como riqueza el que seamos diferentes.
Comparamos a la Iglesia con el cuerpo humanos, compuesto por diferentes miembros y bien unidos a la vez.
La diversidad, lejos de romper la unidad, es condición fundamental.
Unidad en la verdad, en la caridad y en la libertad; pluriformidad de espiritualidades, como dijo el Sínodo Extraordinario de 1985: “es una verdadera riqueza y lleva consigo la plenitud, es la verdadera catolicidad”. Lejana de los falsos pluralismos.
¿Cuánto deseamos la unidad? Que todos sean uno.
¿Respetamos la legítima variedad de caracteres, de diferentes enfoques en lo que es opinable, de gustos? ¿En todo aquello que no se opone a la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo? Si así es, somos buenos cristianos y buenos ciudadanos.
Somos distintos y cada uno con su propia personalidad, creyentes o no, pero luchando por mejorarnos, en especial en el amor a Dios y al prójimo.
“En los asuntos necesarios unidad, en los opinable libertad, y en todos caridad”.
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