“LA TIBIEZA”
La tibieza es una enfermedad del alma.
Afecta a la voluntad y a la inteligencia, empobreciendo nuestros actos.
Comienza debilitando la voluntad, como
consecuencia de frecuentes faltas que cometamos y dejaciones, obscureciendo a
la inteligencia.
La tibieza nos hace ir cambiando en la
vida interior. Las cosas que eran trascendentales se vuelven rutinarias, y ya
no se hacen por amor.
Sufrimos cambios importantes,
disminuyendo el valor de lo grande.
Afecta al trato con Dios porque se
pierde la prontitud y la alegría de todo lo referido a Él. Se deja de ser un
enamorado de Padre Dios. Se ve al Señor como un ser lejano, inconcreto, de
rasgos poco definidos.
Un cristiano tibio es un alma cansada
en el deseo de cambiar. Está de vuelta.
Santo Tomás considera la tibieza como
“una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos
espirituales a causa del esfuerzo que compartan”.
Los tibios no son la sal de la tierra.
Son la sal desvirtuada.
La tibieza no es la aridez. En la
aridez, la voluntad está firme en el bien. Permanece la verdadera devoción, que
Santo Tomás define como la “voluntad decidida para entregarse a todo lo que
pertenece al servicio de Dios”.
En la tibieza la imaginación anda suelta.
En la aridez los actos suelen estar
llenos de frutos.En la tibieza la imaginación anda suelta.
El estado de ánimo no debe ocupar el
primer lugar en la piedad ni en las relaciones humanas. La esencia de la piedad
no es el sentimiento, sino la voluntad decidida de servir a Dios y a los demás.
La inteligencia debe dominar nuestros actos.
La tibieza es estéril.
La aridez puede y debe ser señal
positiva de que Padre Dios desea que purifiquemos nuestras almas.
Nuestro paso por la vida debe ser
notorio, definido y activo, buscando a padre Dios sobre todas las cosas y
ayudando al prójimo de todo corazón. Que nos enriquezcamos nosotros y que
enriquezcamos a los demás. Que no nos empobrezcamos, ni empobrezcamos a los
demás.
Ser sal de la tierra, no dando la
impresión de incapacidad para eliminar la corrupción que ha invadido la
familia, la escuela, el trabajo, la política, las instituciones, la sociedad.
Los cristianos tenemos de dejar de ser
tibios, que quita la fuerza y la fortaleza de la fe, y es amiga de lo fácil.
El amor tiene que renacer de forma
arrolladora, eliminando al mal y sustituyendo a la tibieza por la heroicidad de
la verdad.
La tibieza es causa del mal. Apaga la
fe y reduce el amor. La tibieza se detiene ante cualquier dificultad.
Seamos la sal de la tierra, porque no
somos tibios sino enamorados de Padre Dios, del ser humano y de la Naturaleza.
El amor no regatea esfuerzo. Reta a las
dificultades y las vence.
Pidamos a Padre Dios y a su Santísima
Madre la Virgen María nos aparte de toda tibieza, y seamos fieles, libres y
consecuentes con el amor.
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