“LA FELICIDAD”
La felicidad es el estado que llena el alma y los sentidos del gozo del bien.
Ahora bien, es incompleta y, por tanto, imperfecta, si se limita a su mera posesión. La felicidad completa, la felicidad perfecta, surge y se desarrolla mediante la comunicación, transmisión y reparto del bien recibido.
La infelicidad es una consecuencia del mal personal, o de los efectos que en la propia persona causa el mal que padecen los demás.
Se puede estar triste y tratar de ser feliz. Para ello hay que convencerse de que el mal no tiene la última palabra, de que es posible vencer al mal.
La tristeza es el lastre de la añoranza: la nostalgia del bien perdido. La tristeza es la agitación de la ansiedad: la inquietud por el bien que no termina de conseguirse.
En ambos casos, quien ha sido educado en valores sabe lo que significa la esperanza: un estado de ánimo sereno, que permite ver que el bien todavía es posible. La esperanza es una puerta abierta a la felicidad. El bien acaba entrando en quien no desespera. La misma esperanza es ya un bien: quien espera, no se deja vencer por su confusión o por su dolor.
Para la continuidad de la felicidad es necesario recibirla y compartirla en todo momento.
La felicidad es una consecuencia de la vivencia del bien, de compartir el bien, y de repartir el bien.
En la soledad, no hay felicidad.
La soledad es la ausencia: la ausencia de los seres queridos y la ausencia de valores en el comportamiento personal y social.
Sin la honestidad no hay bien que se puede repartir para dar felicidad y quitar la soledad.
La plena felicidad es la plena santidad.
Amar y ser amado es la plena felicidad, que nos lleva a la plena santidad.
Amar y ser amado con felicidad es caminar seguro hacia la santidad, lo que implica compartir el bien recibido.
La felicidad es tener, dar y entregar el amor, sin pedir nada a cambio.
La plena felicidad es la vivencia de la santidad en amor a Padre Dios.
No hay felicidad sin amor, ni amor sin felicidad.
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