“LA CORRUPCIÓN Y SUS
CONSECUENCIAS”
La
corrupción es el mal en grado superlativo. No es solo personal, sino que es
repartido y compartido por quienes deshonran -queriendo o sin querer- a la
familia y a la sociedad a la que pertenecen, y con quienes conviven hasta la
muerte.
La
corrupción ha invadido todo lo que ha podido, y más. No hay límite ni acción
libre de corrupción, lo infecciona todo arrasando hasta llegar a producir la
muerte.
Algunos
seres humanos se han aprovechado de la corrupción para ganar dinero y poder,
para luego morir sin poderlo corregir, sin llevarse nada a la otra vida más que
sus malas obras, dejando el reguero de la deshonestidad como herencia a quienes
siguen en la tierra o dicen que les quieren.
Corregir
es de sabios. Quien corrige bien merece el perdón y no el castigo.
Todos
tenemos las mismas posibilidades de hacer el bien o el mal, todo depende de los
valores, convicciones y creencias que sostienen y desarrollan nuestra vida, le
dan contenido y son las metas que perseguimos.
La
corrupción y sus consecuencias son tan largas, profundas y duraderas que quien
comienza con ella va dejando una huella difícil de borrar, haciendo un enorme
mal a su descendencia porque heredan esa maldad.
Ser
hijo de un corrupto no tiene culpa, pero ante todos se es el hijo del corrupto.
Las
consecuencias de la corrupción se extienden y se profundizan en medida
incalculable.
La
corrupción es un pecado de lesa humanidad, porque va dejando ese rastro
profundo y contagioso del dinero y del poder cuando se convierten en meta, que
arrasa con todo sin respetar a nada ni nadie, y que consigue dominar la
sociedad.
No
basta la compasión para ayudar al corrupto, tiene que ser mucho más. Hay que
castigar, hay que corregir, hay que educar.
La
corrupción se impregna en el alma y en el comportamiento hasta tal punto que es
como si así se hubiese nacido y crecido, y como si así se hubiese vivido hasta
la espantosa muerte del corrupto convencido, que deja todo y no se lleva nada
de lo que tenía, pero sí de lo que hacía.
Anatema
al corrupto, a su mal y a su pecado de acumular dinero y poder que no le sirve
para comer, sino para pecar y dañar en grado superlativo a la gente, sin
conseguir la paz y la felicidad que buscó en el dinero y en el poder.
El
corrupto y sus consecuencias llegan más allá de su propia existencia.
El
arrepentido del corrupto, con la correspondiente justa reparación, es la gloria
terrenal, el ejemplo a imitar y el camino que le llevará a la propia santidad.
Bendito
sea el arrepentido, de él o ella nace y crece la virtud de la honestidad, que
al compartirla nos llena de felicidad.
La
corrupción y sus consecuencias son tan largas y duraderas que -salvo el
profundo arrepentimiento con hechos de reparación- quedan grabadas por
generaciones. Esas generaciones serán mal recibidas por la sociedad solo por
ser herederas de su sangre y de su mal. No tendrán la culpa, pero esa desgracia
social ocurre y debe hacer meditar a los corruptos, porque el castigo social es
siempre duro.
La
corrupción y sus consecuencias pueden arrastrar y arrasar hasta una nación, y
más allá de una generación.
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