“ALUMNO
DEL COLEGIO DE SAN IGNACIO DE LOYOLA DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA. ESPAÑA”
A lo largo de muchas
generaciones, la Compañía de Jesús, los Padres Jesuitas, han formado a
numerosas familias, entre ellas la mía.
Los Jesuitas han
marcado y reforzado los valores que nuestras familias nos han grabado y en los
que nos han educado.
Viví y recibí las
enseñanzas de la última generación de Jesuitas vascos.
Los recuerdos son
imborrables e imperecederos: se quedaron grabados en mi corazón de forma
indeleble, y allí permanecerán por toda la eternidad.
“¡Reforzaron los
valores de la honestidad, de la lealtad, de la fe y del amor a Padre Dios y a
los demás como a nosotros mismos!”
Me infundieron el
valor y la necesidad de la honesta participación, en especial de la unión con
los demás necesaria, vital, honesta y verdadera.
Las enseñanzas
recibidas de los Jesuitas han sido y siguen siendo de tal valor y de tal poder
que después de 88 años siguen vigentes, están activas y son una parte
importante en la razón y comportamiento de mi vida.
Los compañeros de
curso aún seguimos reuniéndonos un día al mes y cada año. Ya somos muy pocos:
la cuarta parte de las dos secciones de nuestra época. Terminamos el bachiller
en el año 1949.
Nos siguen uniendo los
mismos valores: AMOR, AMISTAD y COMPAÑERISMO. Los compartimos entre nosotros, y
tratamos de repartirlos y compartirlos con todos los demás amigos.
Esos valores siguen vigentes
y activos, y así han sido para los que ya nos han precedido en la muerte y
resurrección en La Santísima Trinidad. Allí nos espera San Ignacio de Loyola y
todos los demás santos y profesores jesuitas, de quienes recibimos lo que somos
y seremos hasta que nos volvamos a encontrar en la eternidad.
Esos valores nos han
permitido vivir la dicha de encontrar razones y vivencias para ser respetuosos y
solidarios con los demás y entre nosotros.
La hermandad y
solidaridad son un leitmotiv que nos han dirigido, dirigen y nos dirigirán
mientras vivamos. No sabemos ni queremos vivir de otra forma y manera, sino
actuar de la forma y manera que nuestros padres nos transmitieron, y que los
Padres y Hermanos Jesuitas amplificaron en esa maravillosa época de la vida, de
la niñez a la juventud, y que quedaron grabados a perpetuidad.
Gracias Padres y
Hermanos.
Gracias por la riqueza
de valor incalculable que nos dieron y que nos ha permitido vivir con felicidad
y con libertad.
Nuestro agradecimiento
es y será eterno y verdadero.
Hemos podido vivir, y
vivimos, de acuerdo a esa conciencia que nos desarrollaron junto a los valores,
y que ha sido, es y será la meta a alcanzar del bien hacer, para que, cuando
nos llegue la hora de la muerte, podamos mirar hacia atrás y recordar y agradecer
el bien que nos dieron, el bien que hemos hecho y el eterno agradecimiento a
los Padre y Hermanos Jesuitas.
Somos Jesuíticos y
siempre los seremos.
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