miércoles, 5 de agosto de 2020

“¡A LOS MAYORES!” “¡A LOS ABUELOS!”




“¡A LOS MAYORES!” “¡A LOS ABUELOS!”

A los mayores en saber y, debería ser también, en gobierno.
A los abuelos que son nuestros progenitores.
“¡El honor y la gloria a nuestros abuelos, a nuestros mayores!”
A ellos, a los mayores, a nuestros abuelos, les debemos la vida, y todo lo que hemos heredado.
Nada se ha hecho sin la participación de nuestros mayores, de nuestros abuelos.
Lo bueno y lo malo son la herencia que hemos recibido de nuestros abuelos, de nuestros mayores.
Parece que lo que ha sobrevivido y dominado ha sido solo lo malo.
Nuestros mayores rezaban, vivían con valores, que nos enseñaron con sus palabras y sus hechos, algo que parece hemos olvidado.
“¡A esas generaciones de mayores les debemos lo que somos!”
¿Qué hemos hecho con esa herencia de valores? Dejar morir a los mayores en soledad, en el mayor abandono, cuando más nos necesitaban. Los hemos abandonado.
¿Cómo podremos recibir el perdón por las muertes en la soledad más absoluta de nuestros abuelos?
Me horroriza pensar cómo han muerto.
Se muere solo una vez. Y esa vez es el momento en el que los mayores más necesitan el acompañamiento, el rezo, el amor de aquellos a quienes dieron el ser, cuidaron y amaron. Y dejamos a los mayores solos, abandonados, y en el mayor olvido, que jamás podrá ser compensado.
¿Cómo podremos remediar el mal que hemos hecho?
¿Cómo remediar lo irremediable?
“¡DIOS NOS COJA CONFESADOS!”

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