“¡A UNA MADRE!” “¡YO NACÍ EN UN LUGAR
MARAVILLOSO!”.
Yo nací en un lugar maravilloso: en el vientre de mi madre.
De ella nací y crecí con su amor y con el amor de mi padre,
que vivió poco tiempo pero muy intensamente, dejándonos su valor, su cariño, su
amor y su ejemplo de morir con santidad.
Mi padre fue un descreído hasta que le llegó la cercanía de
la muerte: entonces confesó y comulgó, y recibió todos los auxilios
espirituales.
El cariño de mi madre desbordaba todo lo que existía y lo
inundaba de un aroma embriagador que la hacía una necesidad imperiosa. Su
bondad nos quedó grabada a fuego. Su vida fue de la propia de una madre, como
lo fue la de mi padre.
Pocos son los recuerdos que tengo de mi padre. Murió con
cuarenta y cuatro años -yo tenía diez- y pidió a mi madre, en el momento de su
muerte, que le rezara “la oración de la buena muerte”.
Minutos antes de morir le dijo a mi madre, que la muerte le
subía de los pies hacia arriba. Mi madre le tocó las piernas y estaban muertas.
Cuando mi madre terminó de rezar la citada oración, lo miró y
había muerto.
Yo nací en un lugar maravilloso que ocupaba mi madre y
llenaba mi padre. Sus recuerdos son imperecederos y son y serán eternos. Camino
hacia la muerte. Ya la espero por los años que tengo. Ya quiero volver a
encontrarme con mis padres, mi mujer, mi familia, mis amigos y el mundo difunto
entero que nos han precedido en la vida y han muerto.
Yo nací en lugar maravilloso, en el vientre de mi madre y del
amor de mi padre.
Quisiera poder transmitir cómo los años nos van acercando a
la muerte y se va convirtiendo en una amiga deseada y esperada con la necesaria
e imprescindible misericordia divina.
Entrar en el cielo – la contemplación de Padre Dios – es lo
que ambicionamos, supongo, todos los fervientes creyentes y lo mismo les
deseamos para todo viviente, sea o no creyente.
Yo nací en lugar maravilloso, el vientre de mi madre y con el
amor de mi padre.
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