“EL PASOTA”.
Desde hace años denuncio la enorme
labor negativa que desarrollan los pasotas.
Los pasotas arrollan al bien comunal
de manera constante y persistente. Son el cimiento y el cemento del poder
perverso.
El pasota no nace, se hace.
El pasota depende de la educación
recibida de sus padres, en especial si ha sido educado con carencia de valores.
El ambiente presente, que han creado
las perversas costumbres nacidas a la sombra de la ausencia de la honesta
participación, también favorece la formación del pasota.
Pero esto no le disculpa. Puede que
disminuya su responsabilidad, pero no la anula. Su falta de valores éticos o
religiosos y su inactividad son el fundamento de su perversidad.
El poder del pasota es tan grande
como el del perverso. Su nulidad, su falta de participación personal y,
especialmente, social, son los dos grandes caldos de cultivo del mal
comunitario.
Debemos tratar de ser contundentes a
la hora de hacerles saber el daño que causan.
Por supuesto, siempre
considerándolos personas capaces de arrepentirse y mejorar.
“Nadie puede condenar a nadie”. Sí,
intentar ayudarles en todo lo que podamos, en especial en que se den cuenta que
su pasotismo es enormemente dañino.
Somos seres sociales, no anacoretas.
Nos necesitamos todos. Necesitamos, urgentemente, ayudar y convencer a los
pasotas para que dejen de serlo, y el mundo vuelva a ser lo que tiene que ser:
un paraíso en donde la felicidad y la libertad sean el estado normal del
hombre, y vivamos en nuestro hábitat natural. Esto no es utópico, yo ya lo he
vivido cuando fui concejal.
El egoísmo personal se transmite a
la sociedad. El egoísmo es contagioso.
Tenemos que tratar de interesar a
los pasotas en los problemas de la comunidad. Que también son sus problemas.
Tenemos que hacerles comprender la
importancia que tiene vivir para y por la comunidad. La Comunidad somos todos,
también ellos. Me atrevería a decir incluso que "en especial ellos",
porque les necesitamos mucho.
La Comunidad es el medio en el que
vivimos, un medio que vamos conformando a diario. Cada segundo de nuestra vida
no queda en vacío, influye de alguna manera en los demás.
Nos necesitamos, y ahora más que
nunca.
Hasta tanto no haya una mayoría de personas
honestas y participativas que influyan con su comportamiento en la sociedad, el
mundo seguirá empeorando, aunque parezca mentira. Sí: aún es posible estar
peor, y los pasotas tienen una enorme responsabilidad. Su ausencia en la
vivencia comunal es la esencia del mal presente.
El arrepentimiento y la conversión
de un pasota es un logro de la comunidad y para la comunidad: ¡una persona más
que participará, plenamente, de la felicidad y de la libertad, que todos nos
merecemos!
Amar al prójimo como a nosotros
mismos. Ésta es la solución.
Sin la honesta participación, la
convivencia no es posible.
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