“DAR LA PALABRA DE HONOR”.
La honestidad, el honor y la educación nos obligan a que, cuando
damos nuestra palabra de honor, se trate de una verdad irrefutable, y sea
absolutamente necesario.
La palabra de honor compromete más allá del momento de darla, y
perdura para toda la vida.
“¡Dar la palabra de honor nos debe responsabilizar de nuestro
honor!”
Jamás faltar a nuestra palabra de honor. Es un descrédito difícil
de corregir y de superar. Quedamos marcados para siempre, por toda la
eternidad.
El honor es un patrimonio de valor incalculable.
Faltar al honor, faltar a la propia palabra, nos desacredita: un
error difícil de corregir, que grava a perpetuidad.
El honor no se improvisa. El honor es grandeza de alma y de
corazón, y es consecuencia de la vivencia de la honorabilidad, de la honestidad
y del amor a la libertad y a los demás.
Dar la palabra de honor es de un valor incalculable, porque obliga
a su entera verdad y a mantenerla eternamente.
Faltar a la palabra de honor es grave, porque puede hacer un daño
irreversible.
Quien falta a su palabra de honor suele ser una persona sin honor,
normalmente un chafalmejas, que no respeta lo que es el honor y la palabra de
honor.
La palabra es el gran medio de comunicación, para lo bueno y para
lo malo, y debe ser el medio de manifestar y comunicar el estado personal de
ánimo, alegría, tristeza, amor…
La palabra es el gran vínculo de unión, de información, de
comunicación que tenemos los seres humanos.
Dar la palaba de honor es una muestra de respeto y responsabilidad
a quien se le da, y de quien la da.
Dar la palabra de honor nos responsabiliza a mantenerla con honor
y amor a la verdad y a nuestra honestidad.
“¡Dichoso quien respeta con el mayor cariño y responsabilidad
dar la palabra de honor y la guarde por toda la eternidad!”
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