“LA ENFERMEDAD”
La enfermedad nos llegó con el pecado
original. Y nos taró para siempre. Es un mal que tenemos que combatir con todas
nuestras fuerza, ciencia, sabiduría y fortaleza.
Aceptar la enfermedad no debe ser nunca
acobardarse sino luchar con todas las fuerzas de que somos capaces.
La enfermedad es también tiempo para
reflexionar.
“¡La vida se basa en un constante
esfuerzo de vencer la adversidad!”
Los seres humanos hemos nacido con una
cualidad, la de ayudarnos los unos a los otros para combatir el mal, como es la
enfermedad.
La enfermedad es una ocasión para pensar,
y no para aburrirse y quejarse de lo que agrava la enfermedad.
La enfermedad es un tiempo de prueba y
ocasión de crecer interiormente, madurar en muchos temas y mejorar. Es una
oportunidad para cada uno.
La mente tiene un poder enorme que hay
que utilizar. Hay quien vence al dolor con el poder de su mente. Pero es más importante aprender nuestra
realidad y nuestro destino con nuestro espíritu. Hasta en eso ayuda la
enfermedad. El dolor y el sufrimiento no es el final. Se puede aceptar, se
puede ofrecer como sacrificio que ayude a los demás.
“¡La enfermedad es un medio que tenemos
para enriquecernos si la ofrecemos a Padre Dios y por los demás!”
Hay personas virtuosas que ayudan y
acompañan a los enfermos para darles ánimo e ilusión. Porque la vida se
oscurece con la enfermedad.
Bendito y alabado sea el que acepta la
enfermedad con resignación y paciencia, lo que le ayuda a combatir el mal, y
termina por aburrir al mal.
El mal tiene tanto poder que si lo
dejamos termina por apoderarse de nosotros, cuando en realidad podemos hacerle
la vida imposible y con ello conseguimos aburrir al mal.
No debemos dejarnos dominar nunca por el
mal, sea en forma de enfermedad, de pasotismo, de depresión, de
despreocupación… Así conseguiremos apartar el mal de nosotros y de los demás.
Todos tenemos poderes
impresionantes que nos ayudan a vencer y arrinconar al mal.
La enfermedad es una gran ocasión de
fortalecer las virtudes que nos confirman la creencia en Padre Dios y en el Más
Allá. Al ponernos en nuestro sitio, aquí abajo, en el mundo nos ayuda mirar más
arriba, a nuestro destino eterno, al cielo.
Bendito y alabado quien aprovecha la
enfermedad para incrementar las virtudes que nos hacen mejores y con más
valores.
Acobardarse con la
enfermedad agrava la situación y hasta la propia enfermedad.
Hablar y decir acerca de la enfermedad es
muy fácil estando sano y con salud. Reconocer el padecimiento del enfermo es
una virtud que hay que fomentar e incrementar. Hay que saber ponerse en su lugar. Ver la vida como la ve el
enfermo, desde su limitación y su dolor. Anticiparse a sus necesidades.
Sintonizar con sus anhelos.
Las virtudes que tenemos no se sostienen
y se desarrollan por sí mismas, necesitan el concurso y la oración personal.
Tanto los creyentes como los no creyentes solo pueden responder ante la
enfermedad si cuentan con otro poder, un poder que está fuera del ámbito
sometido a la ley de la enfermedad. El poder de la oración.
Con la enfermedad no hay que
amilanarse, es lo que quiere el mal para apoderarse de nosotros si no lo
atacamos con todos los medios materiales y espirituales que tenemos como todo
ser humano normal.
La enfermedad es un mal que hay que
resistir y aguantar con paciencia y amor para llenarnos de bondad y resignación
y ofrecerla a Padre Dios y por los demás.
Los creyentes los tenemos muy fácil:
rezar a Padre Dios quien dijo “pedid y recibiréis”.
A los no creyentes les diría, con todo
AMOR Y AMISTAD, que hagan un pequeño sacrificio con fe y seguro le ayudará.
Le enfermedad llegó
por un pecado, al que venceremos con AMOR Y AMISTAD.
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