“CONCIENCIA DE PUEBLO”
Estoy
preocupado por nuestro pueblo, y por
todos los pueblos del mundo.
Vivimos
en un pueblo cuando podemos dar una respuesta positiva a estas tres preguntas:
¿Qué
grado de intimidad, de relación tenemos con nuestros vecinos?
Cada vez
que vamos a nuestras casas ¿sentimos que nos acercamos a algo propio?
Y
tercera: las casas, las calles, las tiendas, y, en especial, las personas de
este lugar ¿tienen algún significado para nosotros?
¡Hay de
aquel que no lo sienta así! Porque es un forastero, o vive en una ciudad,
triste e incomprensiblemente: los humanos somos seres sociables.
Identificar
e identificarnos con lo que nos rodea - como lo hacemos cuando somos miembros
de un pueblo y con identidad - depende, en gran parte, de los años que hemos
vivido en él y, supongo, esa identificación es mayor cuando, además, nuestros
antepasados también fueron vecinos de nuestro pueblo.
Y la
razón fundamental es que conocemos y hemos vivido su historia y somos personas
educadas, con urbanidad.
A partir
de ese momento, los vecinos dejan de ser “conocidos de vista”, y pasan a
tener una mayor relación y comunicación. Siempre insisto en lo mismo: que
intentemos no perder la convivencia para seguir siendo pueblo.
Relacionarnos
los unos con los otros, eso es pueblo.
Los
pueblos se diferencian de la vida de una ciudad porque los habitantes se
conocen y se relacionan entre sí.
Existe,
hay una relación directamente proporcional, pero cargada de contradicción:
cuanto mayor es la congregación de casas y vecinos en una ciudad, mayor es
también el aislamiento y la desconexión entre ellos. Y no digamos ahora con el móvil.
En un
pueblo nos conocemos y somos conocidos.
Los que vivimos
en el mismo Distrito siempre nos hemos caracterizados por el cariño que le
hemos tenido a nuestros pueblos, y la gran relación personal entre nosotros.
Y que
espero le sigamos teniendo. Aunque ha comenzado un aislamiento.
Los seres
humanos somos seres históricos, y lo que nos rodea termina siendo parte de
nuestra historia.
Los
árboles, las calles, los ruidos, los olores, la luz... son elementos que
configuran nuestro pueblo, porque le dan una personalidad propia.
Hablar de
nuestra casa es situarla dentro de una parte concreta de nuestro pueblo: una
parte que nos es especialmente querida.
Todo esto
lo expongo, e insisto, porque no quiero perderlo, aunque crea que vamos camino
de ello. Estas vivencias de pueblo no pueden quedar reducidas a la nostalgia de
unos hechos humanos que ya no vivimos.
El
recuerdo de la relación de conocimientos y amistades que hubo en otros
tiempos, pero que ya no existen. Si llegamos a eso, habremos perdido la noble
categoría de pueblo: nos habremos convertidos en vecinos aislados de una ciudad,
y posiblemente tristes y desamparados.
¡Qué
tristeza si esto ocurriera! Se pierde una parte de la felicidad.
Perderíamos las
relaciones cordiales, - más aún, cariñosas – entre nosotros. Y lo que eran
vivencias alegres quedarían en recuerdos añorados.
Desembocaríamos en
el clásico e incomprensible aislamiento de la ciudad.
Anónimos
rodeados de muchos anónimos
Una
fabulosa suma de seres aislados. ¡Qué triste, Dios mío!
Tenemos,
y creo que debemos luchar, denodadamente, para que no desaparezcan nuestras
vivencias como pueblo, y podamos seguir viviendo autosuficientes, en especial
en el cariño y respeto que siempre ha existido entre nosotros. Así como el
tratar de transmitírselo a nuestros hijos para darle continuidad en el tiempo y
en los hechos.
Entonces
podremos seguir siendo felices vecinos, porque vivimos en nuestro pueblo; en el
que siempre hemos vivido, y en el que siempre queremos seguir viviendo.
De
nosotros depende en gran medida, si participamos y nos relacionamos.
En espera
de continuar viviendo como un pueblo, siendo seres sociables, educados y
solidarios, compartiendo la felicidad, que es la más grande y duradera, reciban
todo nuestro cariño con un fuerte abrazo fraternal y vecinal.
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