“AL SERVICIO DE LOS DEMÁS”
Aunque los católicos tenemos las enseñanzas y el mandato de Nuestro Señor Jesucristo de lo que hemos de hacer por los demás, quisiera ampliar el tema, - y hasta donde sé -, para que nos sirva para todos, porque es para todos, y estoy seguro es lo Él quiere.
“Has bien y no mires a quién”, dice por este refrán la experiencia.
Ese refrán es transcripción de la ley de Dios, que trata de traducir un precepto divino: ”amar al prójimo como a nosotros mismos” a un honesto comportamiento humano: Sería cimiento del ser humano que quiere actuar como bueno.
No debemos hacer el bien esperando una compensación, ni un fruto inmediato.
La caridad es imprescindible amar al prójimo como a nosotros mismos, sin ella no se puede servir a los demás.
El servicio a los demás es dar sin esperar nada a cambio. Lo recibiremos con creces en la eternidad, y mucho también aquí en la tierra.
Todo lo que hacemos en beneficio de los demás ha de ser de balde.
El dar ensancha el corazón y lo hace más joven. Esto deberíamos tenerlo muy presente los mayores, los jubilados, en especial los egoístas y aburridos que se pasan el día esperando sentados a que les llegue la muerte, sin hacer nada.
Además, el servir, el dar aumenta la capacidad de amar.
El egoísmo empequeñece, limita el horizonte y lo hace pobre y corto.
Cuánto más damos, más enriquecemos el alma, y siempre sin esperar nada a cambio; si no, no tiene valor; porque el que espera algo o agradecimiento: ya no lo hace por el bien de la otra persona.
La generosidad incita a la necesidad vital de dar.
El corazón que no sabe aportar bien a los que le rodean, a la sociedad, se incapacita, envejece y muere.
El dar alegra el corazón, y contribuye, directamente, a la felicidad.
San Pablo alentaba a vivir la generosidad con gozo pues Dios ama al que da con alegría.
No le es grato a nadie un servicio o una limosna hechos con mala gana o con tristeza.
Y San Agustín decía: “si das el pan triste, el pan y el premio perdiste”.
Mucho podemos dar en servicio a los demás, como: bienes económicos, compañía, cordialidad, atención, dar nuestro tiempo con amor.
Se trata de poner al servicio de los demás los talentos y medios con que contamos.
Urge remover la conciencia de creyentes y no creyentes. Crear inquietud a mujeres y hombres de buena voluntad con el fin de que cooperen y faciliten los instrumentos materiales necesarios para trabajar con las almas y sean servidores de los demás.
La mejor recompensa a la generosidad es el haber dado, y sin recordar a nadie lo dado, nada debe ser exigido ni reclamado. Sólo he venido a servir, decía Jesús.
Debemos comprender a los demás aunque los demás no nos comprendan. Querer, aunque nos ignoren. Hacer la vida amable a quienes nos rodean, sin llevar contabilidad de lo hecho, con corazón grande, siempre con rectitud de intención.
El dar no debe causar quebranto ni fatiga, sino íntimo gozo y notar que el corazón se ensancha, en todos los actos.
Ser generosos en las mil pequeñas oportunidades diarias.
Amar al prójimo como a nosotros mismos, y habremos servido a los demás y recibido la felicidad a cambio de haber empleado nuestra libertad para el bien. Nos habremos enriquecido y habremos dado y repartido el bien que es el nuestro, para el gozo inmediato y el eterno después.
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