“¡¡¡LA FILIACIÓN DIVINA!!!”
Dios nos creó y nos ha dado la dignidad mayor
que se puede adquirir:
la filiación divina. Ser hijos de Dios por medio
de su Hijo unigénito
Jesucristo, nacido del Padre. Somos hijos
adoptivos de Dios, y
participamos de la naturaleza divina. Toda
nuestra vida queda
condicionada a esa filiación divina. Nos engendró
a una nueva vida en
Jesucristo. Por ello somos semejantes a Cristo,
e hijos del Padre en el Hijo.
Ante
esta maravilla ¿Qué temor le podemos tener a la vida y a la
muerte?
Proclama
el Salmista: “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo
en tu presencia, de alegría perpetua a tu
derecha.” Quienes nos
sentimos hijos Dios, hermanos de Jesucristo e
hijos de La Virgen
Santísima no debemos perder la paz, ni en los
momentos críticos y
complicados.
La filiación divina supera a la solidaridad. Es
fundamento de la
fraternidad de los cristianos. Somos hermanos
porque somos hijos de un
Único Padre Dios. ¡Mirad cómo se aman! Y lo
hacemos portándonos como
hijos de Dios con nuestros hermanos los
hijos de Dios. La fraternidad y el apostolado va al unísono. La filiación
divina nos debe hacer pasar por la vida haciendo el bien.
Aprendámoslo
de su Santa Madre la Virgen María, abordonándonos como si fuésemos niños
pequeños en sus brazados.
Y
nunca dejaremos de ser atendidos por Jesucristo Dios y su
Santísima Madre, porque somos hermanos e hijos.
Y los no creyentes, que se ofrezcan a la
solidaridad, y los demás les
puedan decir: “mira cómo se aman”. El gozo será
inconmensurable por la satisfacción de ser y comportarnos y actuar como
hermanos.
“¡Así brillará
y se vivirá la plena felicidad con la dicha y responsabilidad
de la plena libertad!”
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