“LA CORONA Y EL TRONO”
La
corona, ese objeto de metal precioso que ciñe la cabeza de un monarca,
representa varias cosas. Quien la lleva, la expone, y queda obligado a comportarse
de acuerdo a lo que ese símbolo representa.
Obliga a amar al pueblo con plena dedicación.
Expresa
una forma de régimen político: el reinado o monarquía. Quien la representa es
Reina o Rey.
Se
expone en el trono: el lugar donde se sienta la máxima representación humana de
la autoridad y de la libertad. Es un signo de la autoridad y de la libertad.
El
TRONO, en mayúscula, pertenece a Cristo, "Rey de vivos y de
muertos".
Es
un trono de gracia y de misericordia en grado infinito. Al igual lo es la Virgen
María. La Santísima Virgen María es, como expresa de manera profunda la
conocida jaculatoria, el trono de la gracia.
El
trono y la corona han sido usados por los reyes como signo de autoridad.
“¡Servir
es reinar!” Lo mismo en el aspecto
humano como en el divino. Servir a Padre Dios y servir a los hombres.
La
monarquía política es una institución señera, que ha perdurado a lo largo de
los tiempos. No ha estado ni está libre de errores. También ha tenido aciertos.
Quienes la dirigen son seres humanos. Pero los errores tienen un límite.
Hasta
donde sé, las épocas de mayores errores han sido aquellas en las que la
corrupción y el absolutismo eran moneda de uso corriente, en todos los órdenes
y vivencias humanas: pueblo y rey.
No
pretendo aceptar lo que se ha hecho mal, al contrario, intento destacarlo para
no volver a cometerlo.
“¡La
vivencia de los regímenes políticos es una necesidad personal, social y
nacional!”
Se
sigue necesitando, y de manera perentoria, una mayoría honesta y participativa
que imponga su proceder. Imponga su participación honesta y sus valores éticos
o religiosos.
Los
ciudadanos necesitamos ser santos y difundir la santidad. Cuando hemos fallado,
ha fallado la convivencia, la felicidad y la libertad.
Hay
que exterminar la corrupción, al corrupto y al malvado. Y sólo conozco una vía:
la honesta participación de la mayoría.
El
grado e intensidad de la corrupción son directamente proporcionales al número
de pasotas, egoístas, individualistas y maleducados.
“¡La
libertad y la santidad tienen que ser atributos vividos y demostrados por los
monarcas y por sus pueblos!” Con este comportamiento se es poseedor de la
auténtica, de la verdadera autoridad, ejercida por el bien y para el bien.
Anatema
a quien haga lo contrario. Bendiciones al honesto.
Así
lo creo, así lo digo, y así lo exijo.
La
más enérgica condena al mal en esa institución y en el pueblo.
A la
corona y al trono que impulsen la honesta participación y la autoridad, a
ellos, - a ella o él-, se le deben todo respeto, consideración y amor.
“¡Larga
vida al rey honesto, al pueblo honesto y participativo, por estar ambos llenos
de alegría y libertad, y sobre todo, recalco, por su honestidad!”
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