“LA BUROCRACIA EN CONTRA DEL CIUDADANO”
Todas las instituciones oficiales, el Ayuntamiento, los Cabildos o
Diputaciones, los Gobiernos Autonómicos, el Gobierno Central y el Europeo se
han creado para servir al ciudadano, para hacer mejor y más fácil el
desarrollo, particular y social, para solucionar las necesidades particulares y
generales.
Son instituciones al servicio del ciudadano, de usted, de mí y de todos, sin
distinción alguna, y no lo contrario: que el ciudadano esté al servicio del
Estado.
Esto lo conocemos los españoles desde la época de la dictadura.
Los políticos son unas personas que dedican su trabajo honesto, sus ilusiones y
preocupaciones al bien de la comunidad, están a su servicio total, sin pedir
nada a cambio.
Uno de
los honores más grandes que un ciudadano puede tener es ser político, y no
digamos si tiene autoridad.
Trabajar honestamente por los demás, sin pedir nada a cambio, es una grandeza
imponderable, que debe ser reconocida de por vida. Que el nombre de quien así
se porta perdure en el parnaso social.
De la misma manera, quien se aproveche -de la forma que sea-, de su puesto en
política, y no digamos si tiene autoridad, reciba el anatema, la condenación y
la cárcel, y, por supuesto, la descalificación social por vida. Que su nombre
quede grabado como ladrón social eternamente. Que no lo herede su familia,
porque no tienen culpa.
La comunidad la formamos los ciudadanos particulares, los políticos y las
instituciones oficiales. Todos estamos al servicio de la persona.
Si falla alguno de esos tres pilares de la comunidad, se tambalea el edificio
sagrado al servicio al ciudadano.
Sin olvidar el trabajo importante que desarrolla el funcionario, que es la
persona que funciona dentro de la administración, facilitando la labor del
ciudadano y del político de turno.
Por supuesto, jamás aquello del “vuelva usted mañana”. Si sucede esto, anatema
para el funcionario, que tendría que dejar inmediatamente su puesto por inepto
e incapaz, por crearle problemas al ciudadano.
¿Exigimos a las instituciones, a los políticos, y a nosotros mismos, ese
comportamiento honesto, solidario y efectivo por el bien de todos? ¿O pasamos y
nos despreocupamos porque aún no nos ha tocado el daño de una deshonesta
gestión de la cosa pública?
Cualquier comportamiento distinto al mencionado –aunque hay otros muchos
ejemplos– si no se corrige inmediatamente, pidiendo disculpas al ciudadano,
debería ser castigado con la expulsión inmediata del mal gestor.
De
igual modo, también merece el anatema el ciudadano o la ciudadana que no
corresponda con toda educación a la administración.
“¡Para
que la administración no sea un enemigo y no esté en contra del ciudadano tiene
que funcionar: educadamente, rápidamente y facilitándole la gestión al
ciudadano!”
Si
esto no fuera así, habría que exigir de forma contundente el cambio
necesario, para que la Administración esté al servicio del ciudadano educado, y
la eficacia y rapidez honesta sean los comportamientos de todos aquellos que
componen las distintas Administraciones públicas.
El
exigir y el comportarse como buenos ciudadanos no sólo depende del vecino y del
administrador, depende de usted, depende mi, depende todos. Y sí no, a llorar
al barranco, que hay piedras que entorpecen el caminar.
Nunca
mejor dicho: la participación honesta y exigente en la unión, en todas las
direcciones, es la solución.
“¡El
progreso está en la honradez y en la efectividad!”
La burocracia en contra del ciudadano es la esclavitud
al mal.
De
usted o de mi dependerá.
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