“¡¡¡EL BIEN COMÚN!!!”
El
bien común debe ser el más común de todos los bienes.
La
protección de los bienes fundamentales de las personas, tales como la familia,
la igualdad de oportunidades, el derecho al trabajo, la protección de nuestro
hábitat natural, el derecho a la vida, etc. son parte del necesario bien común.
El
derecho y el deber al bien común deben ser vividos por toda la humanidad. No
existe disculpa alguna para no participar en la construcción del bien común. El
bien común es un deber y un derecho irrenunciables e imperdonables.
Cualquier
pasividad en el comportamiento - con respecto al bien común - es parte de las
vivencias de la irresponsabilidad del pasota, del individualista, o del que se
escaquea.
No
existe razón para claudicar en la obligación de colaborar al bien común.
Tampoco son justificables las omisiones consentidas.
Tanto
las omisiones como las claudicaciones acerca del bien común - algunas suelen
ser de tipo religioso - se pueden convertir en problemas de orden material como
espiritual.
Los
creyentes lo tenemos claro: tenemos el deber de santificarnos, en el cotidiano
vivir, en esas realidades.
San
Juan XXIII dijo: “el aspecto más siniestramente típico de la época moderna
consiste en la absurda tentación de querer construir un orden temporal sólido y
fecundo sin Dios, único fundamento en el que puede sostenerse”. Y a la vivencia
de esta errónea creencia contribuye la falta de participación de una mayoría
honesta.
No
existe liberación ni libertad sin el bien común.
No
existe felicidad sin el bien común.
No
hay bien particular, si no lo hay general, si no hay un bien común.
La
ignorancia, la despreocupación y la falta de una mayoría honesta comprometida
crean los problemas que estamos viviendo, porque el bien común es el más común
de todos los bienes.
“Quien
es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho”.
“¡Lo
poco que cada uno pueda hacer por el bien común, es lo que debe hacer!
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