“EL DESCRÉDITO EN LA VIDA PÚBLICA”
Servir a los
demás con honestidad es uno de los hechos de mayor trascendencia personal y
social, porque es repartir felicidad. Si, además, se hace libremente y sin
pedir nada a cambio, es santidad.
El descrédito en
la vida pública, por causa de las personas públicas, debe provocar su repudio y
apartamiento del honor y alegría de servir a los demás.
El descrédito
personal es la condena del grave pecado de ofender a la sociedad por la maldad
de la deshonestidad, por el uso de la corrupción como medio de vida, y de robar
algo tan sangrado como es el bien de los demás.
Aprovecharse del
cargo en beneficio deshonesto personal es un pecado de lesa humanidad.
Quien
desacredita la vida pública debería estar marcado con señales de fuego,
imborrables, salvo que pida perdón y enmiende los errores o pecados.
¡¡¡La vida del
servidor público debe ser, y ha sido, un escaparate de honestidad y servicio a
los demás!!!
El descrédito y
la deshonestidad en la vida personal y pública es un pecado que se puede dejar
en herencia a lo largo de varias generaciones: personas que aprenden de sus
mayores a repartir el mal con prodigalidad, y que lo multiplican hasta alcanzar
cotas inimaginables y con efectos devastadores.
El mal que
hacemos de manera consciente y por un beneficio pecuniario es destructor en
grado superlativo, en especial cuando se enquista y se hace hereditario.
El descrédito en
la vida pública es un daño que puede llegar a ser irreparable, si el dañado
muere sin haber recibo la compensación por el daño que le han causado.
El descrédito de
la vida pública es un pecado de lesa humanidad, que difunde el mal más allá de
lo que se puede imaginar.
Alabados sean
los que pecando se corrigen, piden perdón, enmiendan el daño causado y añaden
la penitencia debida.
Alabados y
benditos sean los que se arrepienten: de ellos es la gloria terrenal y luego la
feliz eternidad.
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