¿POR QUÉ LUCHO?
¿Por qué lucho? Por el bien de la humanidad, por
el bien del hábitat natural, y por un mundo mejor.
¡Claro! También lucho por mis creencias, tanto
las que proceden de la educación en valores que he recibido, como las que
tienen su origen en mi apasionado amor al Padre Dios y al prójimo como a mí
mismo.
Hace muchos años fundamenté mi vida en cuatro
pilares: Padre Dios, la familia, los amigos y la comunidad. Por ellos lucho y a
ellos he tratado y trato de dedicar mi vida.
¿Cómo y de qué forma trato de luchar? Con la
honesta participación. Soy un habitatista convencido.
Después de Padre Dios, lucho por la libertad.
La libertad nos hace seres libres y con la
posibilidad de ser felices, al compartir esa felicidad y esa libertad.
Luchar por la libertad me enaltece el alma, el
corazón y me impulsa, con ansias apasionadas, a tratar que todos vivamos la
plena libertad para sentirnos personas y libres.
“¡La libertad nos hace personas y nos impulsa a
hacer el bien!”
Creo, ciegamente, en los poderes, las ventajas y
la necesidad de la libertad.
En la medida que somos libres, crecemos hasta
convertirnos en lo que somos: seres humanos capaces de elegir el bien o el mal.
Lucho por la libertad.
Ya son años que con la felicidad, la libertad,
la honesta participación y la amistad he conseguido, con lucha y no en vano,
cotas que nunca llegué a creer llegar.
He tenido la suerte – que también influye – de
recibir compensaciones de valor incalculable de mis congéneres, que me hacen
ser cada vez más responsable y caminar en la búsqueda de la santidad.
La santidad – a la que estamos todos llamados,
creyentes o no – es la meta a la que tenemos que aspirar. Para ello, debemos
luchar contra el mal. Así conseguiremos ayudar, que es el inicio de la
santidad.
Le he dedicad mi vida, con ilusión, creencia,
esperanza y pasión, a amar y con ese amor he tratado de ayudar.
El amor, mis creencias, y el cariño que he
recibido y recibo de los hechos y de los corazones humanos, han cubierto mis
necesidades materiales y espirituales.
Soy un hombre feliz y agradecido, eternamente, a
los reconocimientos recibidos.
La falta de humildad ha sido mi azote, porque
siempre pretende introducirse en mis actos, intentando rebajar, de eliminar mi
felicidad y mi honesta participación, tratando de hacerme egoísta y de
olvidarme de los demás.
Mis rezos – soy un rezón – son el antídoto que
me ayuda, poderosamente, a luchar en contra de esa falsa y malévola falta de
humildad.
¿Por qué lucho? Por incrementar mi amor a
Padre Dios y a usted.
¿Por qué lucho? Por amar y ayudar.
¿Por
qué lucho? Por la santidad.
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