"¡CÓMO ME EDUCARON!"
Me educaron de forma espartana.
Me quedé
huérfano de padre a los 10 años, y mi hermana y yo nos fuimos a vivir, convivir
y estar bajo la autoridad de mis abuelos maternos, en sustitución de nuestro
padre.
Mis abuelos
eran de una familia conocida localmente, de buena posición económica, social y
empresarial.
Viví bajo
una autoridad incuestionable, rígida, religiosa y con un gran amor.
Mis abuelos
jamás nos pusieron la mano encima, lo que sí hizo mi adorada madre, y creo que
por el amor ciego que nos tenía, me penó y castigó, aunque muchísimo menos de
lo que me merecía. Fui muy inquieto y no admitía la injusticia, y siendo niño
no sabía tener objetividad y era enormemente exigente (con los demás).
El
agradecimiento que les debo a mis abuelos y a mi madre -por la educación que me
dieron- es eterno e invalorable. Me dieron y me crearon un motor que me ha
durado toda la vida, y me ha funcionado muy bien. Mi mujer y yo quisimos
transmitir a nuestros hijos la misma educación, espero que así haya sido.
En mi
familia la idea, la práctica y la obligación de educar a los hijos ha sido
clarísima y efectiva. Nos educaron, y hemos tratado de educar.
Educar a los
hijos es obligación ineludible e intransferible de los padres. Los colegios y
universidades forman, instruyen y pueden ayudar a la educación, sin sustituir a
los padres.
Los actuales
graves males de una parte de la sociedad se deben en buena medida a los padres
por no haber educado a sus hijos. Nadie da lo que no tiene.
La frase:
“le doy a mis hijos lo que yo no tuve”, es peligrosísima, si no se les aclara
el esfuerzo, trabajo y sacrificio que ha costado lo que se les ha dado. Porque
si no, creen lo hijos que es una obligación de sus padres darle de todo, y cada
vez les exigen más y más.
“La ignorancia
es madre de la exigencia”.
Les doy las
gracias eternas a mis abuelos, a mi madre, tíos y a toda la familia por haberme
educado dándome valores religiosos, que han sido el cimiento sobre el que he
construido mi vida.
Jamás podré
agradecer a mí familia los valores que me dieron y con los que he intentado
ayudar a los demás, sin pedir nada a cambio, como nos enseñaron, y como vimos
que hacían.
Viví, vivo y trato de vivir el primer Mandamiento universal: Amar a Padre Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
Mi familia
vivía y practicaba ese primer Mandamientos, y eso fue lo
que nos enseñaron y así nos educaron.
Ser
practicante de ese primer Mandamiento es una obligación vivencial exigente,
tremendamente esperanzadora e ilusionante que aumenta, considerablemente, la
felicidad y la libertad.
¡Cómo me
educaron! Con rectitud y exigencia y valores, y con el empeño en participar
honestamente con amor en la comunidad, en la sociedad.
Considerando siempre a Padre Dios lo primero,
lo siguiente al ser humano y lo siguiente la honesta participación y unión en
la sociedad, para tener la felicidad y la libertad que nos merecemos.
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