martes, 20 de diciembre de 2022

"¡CÓMO ME EDUCARON!"

 

"¡CÓMO ME EDUCARON!"

Me educaron de forma espartana.

Me quedé huérfano de padre a los 10 años, y mi hermana y yo nos fuimos a vivir, convivir y estar bajo la autoridad de mis abuelos maternos, en sustitución de nuestro padre.

Mis abuelos eran de una familia conocida localmente, de buena posición económica, social y empresarial.

Viví bajo una autoridad incuestionable, rígida, religiosa y con un gran amor.

Mis abuelos jamás nos pusieron la mano encima, lo que sí hizo mi adorada madre, y creo que por el amor ciego que nos tenía, me penó y castigó, aunque muchísimo menos de lo que me merecía. Fui muy inquieto y no admitía la injusticia, y siendo niño no sabía tener objetividad y era enormemente exigente (con los demás).

El agradecimiento que les debo a mis abuelos y a mi madre -por la educación que me dieron- es eterno e invalorable. Me dieron y me crearon un motor que me ha durado toda la vida, y me ha funcionado muy bien. Mi mujer y yo quisimos transmitir a nuestros hijos la misma educación, espero que así haya sido.

En mi familia la idea, la práctica y la obligación de educar a los hijos ha sido clarísima y efectiva. Nos educaron, y hemos tratado de educar.

Educar a los hijos es obligación ineludible e intransferible de los padres. Los colegios y universidades forman, instruyen y pueden ayudar a la educación, sin sustituir a los padres.

Los actuales graves males de una parte de la sociedad se deben en buena medida a los padres por no haber educado a sus hijos. Nadie da lo que no tiene.

La frase: “le doy a mis hijos lo que yo no tuve”, es peligrosísima, si no se les aclara el esfuerzo, trabajo y sacrificio que ha costado lo que se les ha dado. Porque si no, creen lo hijos que es una obligación de sus padres darle de todo, y cada vez les exigen más y más.  

“La ignorancia es madre de la exigencia”.

Les doy las gracias eternas a mis abuelos, a mi madre, tíos y a toda la familia por haberme educado dándome valores religiosos, que han sido el cimiento sobre el que he construido mi vida.

Jamás podré agradecer a mí familia los valores que me dieron y con los que he intentado ayudar a los demás, sin pedir nada a cambio, como nos enseñaron, y como vimos que hacían.
Viví, vivo y trato de vivir el primer Mandamiento universal: Amar a Padre Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

Mi familia vivía y practicaba ese primer Mandamientos, y eso fue lo
que nos enseñaron y así nos educaron.

Ser practicante de ese primer Mandamiento es una obligación vivencial exigente, tremendamente esperanzadora e ilusionante que aumenta, considerablemente, la felicidad y la libertad.

¡Cómo me educaron! Con rectitud y exigencia y valores, y con el empeño en participar honestamente con amor en la comunidad, en la sociedad.

 Considerando siempre a Padre Dios lo primero, lo siguiente al ser humano y lo siguiente la honesta participación y unión en la sociedad, para tener la felicidad y la libertad que nos merecemos.


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