“¿RECONOCIMIENTOS EN VIDA O DESPUÉS DE MUERTO?”
Creo que los reconocimientos hay que hacerlos en vida, entre otras
razones: porque la alegría y la responsabilidad son muy grandes; porque se
mejora como persona tratando de corresponder y ser consecuentes; porque se
agradece sin medida y porque se gozan en vida.
La alegría y la responsabilidad por recibir los reconocimientos en
vida tienen una enorme proyección tanto para el que homenajea, para los
ciudadanos que pueden juzgar si ese homenaje es merecido o no, y para el
homenajeado que sabe o conoce el bien que ha recibido y el bien que le han
dado en vida.
Reconocimientos en vida mejoran al reconocido y alabado que le
obliga a ser consecuente para ser merecedor de tal distinción.
Mi abuelo materno Luis Correa Medina y su hijo Bernardino Correa
Viera fueron reconocidos y hay calles a sus nombres en nuestra ciudad de Las
Palmas de Gran Canaria, España. Esto, para nuestra familia, es maravilloso, nos
eleva la responsabilidad como ciudadanos, y nos llena de alegría y
satisfacción, pero no a ellos que no lo recibieron en vida.
Hubo quien dijo que "reconocimientos después de muerto porque
ya no podían alterar su comportamiento". Esto, y de acuerdo con mi
experiencia y agradecimiento, no es lo correcto, porque, insisto, los
reconocimientos mejoran al receptor de los mismos, y la satisfacción familiar,
de amigos y vecinos, es mayor e incomparable.
Con el añadido de que quien o quienes hacen el reconocimiento en
vida tienen la oportunidad de recibir, de persona a persona, las gracias y el
agradecimiento. Que es muy distinto, más entrañable, más emotivo y más lleno de
valor y pasión que cuando lo dan los familiares después de muerto el
homenajeado.
No tengo la menor duda de que es muchísimo mejor hacer
reconocimiento y honores en vida porque engrandece a todos y la felicidad es de
todos, desde el dador, que demuestra su confianza y esperanza en el benefactor
porque el dador tiene un alma y corazón llenos de fe y de amor, y no digamos el
agradecimiento del receptor.
Creer en los demás y reconocerles sus esfuerzos por ayudar y hacer
por los demás, es digno de alabanza por la fe, la confianza y el amor que
tienen, debiendo sentirse ambos satisfechos y llenos de amor y confianza en que
el bien ennoblece y ayuda a todos, y confirma que el dador y receptor son
merecedores de ser reconocidos, y que los que lo han dado no se han equivocado.
“¡Recibir honores en vida fortalece al beneficiario y enaltece al
dador!”
Benditos y alabados sean los honestos que reparten honores en vida
a quienes se lo merecen por su labor en llevar el bien a los demás.
"Reconocimientos en vida y no después de la muerte".
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