“¡NO NOS ABANDONES…!”
ORACIÓN
ECUMÉNICA
No nos
abandones y danos la fe.
Danos la fe
para creer.
Para creer
que Tú, Dios y Señor nuestro, eres quien nos proteges y nos amas con infinito
amor.
Tú amor nos
inunda con la esperanza para que seamos mejores.
Rezamos y te
damos gracias porque oyes nuestra oración.
Oración que
hacemos de todo corazón, con todo el deseo.
Mi vida comienza a tener sentido desde que eres el guía que me conduce a la paz del corazón, a la paz del alma.
Tú eres quien nos amas a todos incondicionalmente, sin diferencias de religión, ni de credos, ni de otras creencias, porque eres el mismo para todos, por tu amor. A todos nos quieres y a todos nos llamas. Pero nosotros muchas veces no respondemos, o respondemos que no queremos tu gracia.
Desde lo más
lejos a lo más cercano. Tú estás en medio de nosotros repartiendo tu bondad,
que recogemos para caminar seguros por el camino que nos indicas, el camino
llamado de la santidad, de la santidad para todos.
Santidad de
la que somos todos, sin distinción de credo o religión, beneficiarios, para
gozar del bien, repartir el bien, y todos juntos darte gracias por el amor que
nos repartes y que acogemos con toda ilusión de que vamos por el camino de la
salvación.
Tú eres el
mismo para todos. No tienes diferencias ni de color, ni de altura ni de bajura,
solo nos deseas lo mejor. Y nos llamas a lo mejor.
Pero no solo
nos deseas lo mejor, sino que nos has dado a tu Hijo, Jesucristo, y con él
todas tus gracias, y tus sacramentos, y tu palabra. Ahora te conocemos, por
Jesús. Nos has dado los medios, y somos responsables si no te escuchamos, si no
queremos seguirte. Si no queremos ir a ti, no podremos acoger tu incondicional
amor. El amor es cosa de dos, tenemos que corresponder, o no hay amor de
nuestra parte.
Nos llamas a
lo mejor. Lo conocemos. Y en la respuesta que damos está la diferencia, las
diferencias.
No nos
dejes. Imploramos tu bendición, que acogemos con el alma llena de ilusión y
rezamos para que todos vivamos la misma bendición y respondamos con amor.
Tú
significas la igualdad entre todos, porque nos has creado a cada uno como
irrepetibles, y nos amas totalmente a cada uno siendo completamente diferentes.
No haces por eso distinción. Nos ves a todos por igual, como una madre a cada
hijo, siendo cada uno único y diferente. Repartes tu bendición a todos por
igual. Pero no respondemos todos por igual, pues somos libres de acoger tu amor
y elegir el bien o de elegir equivocadamente el mal. Ayúdanos.
¿Cómo
agradecerte –Padre Dios- tantos bienes que repartes a tus hijos? Te rogamos no
nos abandones, a pesar de nuestras ingratitudes de desamor. Ayúdanos.
El mal sigue
su curso y su deseo es que te olvidemos. Hace todo lo que puede para que te
olvidemos. Y a veces te olvidamos.
No nos
dejes. No nos abandones, por favor.
Nuestras
debilidades, errores y pecados son porque te olvidamos.
No nos
dejes, acompáñanos en nuestra caminar, para juntos llegar, algún día, a tu
contemplación, y viviremos la eterna felicidad que nos has prometido y que
tanto ansiamos.
Creemos en
ti. Te adoramos. Sin ti no somos nada, nada.
En ti
esperamos los remedios a nuestros defectos, errores y pecados. Sabemos por tus
palabras que siempre estás dispuesto a perdonarnos. Solo nos pides
arrepentimiento, propósito de no volver a ofenderte. Poner los medios para
cambiar la vida.
Siempre
escuchas las voces de quienes te imploramos.
Rogamos tu
perdón y tu bendición, y todos juntos te damos gracias con nuestras oraciones
de amor, pidiéndote tu bendición.
No hay ser
humano a quien no escuchas. Todos somos iguales ante tu voluntad de que seamos
mejores, porque nos amas y quieres que nos amemos los unos a los otros como tú
nos has enseñado y nos has amado.
Necesitamos
la oración. Debemos rezar. Y te pedimos la santidad de vida, tu gracia en el
camino de la vida, para todos. Te imploramos para que juntos te alabemos por
toda la eternidad.
No nos
abandones por nuestras infidelidades, errores y pecados. Estamos arrepentidos.
Rectificamos. Cambiamos. Enmendamos. Reparamos.
Tú eres
quien nos conduces por los caminos seguros, y por ellos caminamos con la
ilusión y esperanza de que cuando nos digas que vallamos te encontremos
esperándonos.
Perdona
nuestras ingratitudes, nuestros errores y pecados. Te lo pedimos, te lo
imploramos. Acógenos en tu infinita magnanimidad y bondad llena de infinita
misericordia, porque sabes lo débiles que somos, pero también sabes que nunca
queremos abandonarte, sino tenerte por toda la eternidad.
Bendice a tu
pueblo que implora tu bendición.
No nos
abandones: Tú eres nuestra salvación.
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