“¡NO QUERER CREER!”
No
hay mayor ignorante, no hay mayor desconocedor, no hay mayor despreocupado,
inconsciente y pasota, que quien no quiere creer.
No
querer creer es la mejor forma de aislarse y separarse de los demás.
Querer
creer es la mejor forma de conectarse, y de comunicarse con los demás.
La
vida se basa en el querer hacer, en el querer decir y en el querer creer y
amar. Y todas tienen el mismo fin: ayudar a compartir la felicidad y la
libertad.
¡No
querer creer en los demás, es dejar de repartir felicidad y libertad, y, en
especial, dejar de amar!
La
vida es muy corta, y no querer creer es devaluarla, vaciarla de contenido, y
sobre todo dejar de ser para convertirnos en algo amorfo y sin valor y sin
sentido.
Benditos
los sabios que quieren querer creer por ser honestos y participativos: de ellos
es el reino de la vida, que la llenan de contenido: reparten contenido, y se
llenan de contenido.
No
querer creer es caer en el olvido y perder lo que pudo ser y no fue.
No
querer creer es apartarse de la maravilla de la vida.
Hay
que creer y querer la vida, para llenarla de vivencias y contenido, que son el
cimiento del nuevo movimiento.
Tener
vida, esa maravilla, y no querer creer, es abandonar lo que debemos querer para
ser lo que no debemos ser y hacer.
Hay
quien no quiere creer para disculparse de sus ineludibles obligaciones, entre
las que está repartir felicidad, libertad, amor y así ayudar.
Benditos
los que quieren creer: de ellos es la dicha terrenal, por creer en lo que hay
que creer: tener y repartir amor, felicidad y libertad.
No
querer creer es divagar de lo infinito, estando en lo finito.
No
querer creer es ahuyentar el deber por no querer creer.
No
querer creer es vivir equivocado y creer no estarlo.
No
querer creer es ser no ser. Un imposible.
¿Usted
que cree y qué no quiere creer?
Usted
me lo dirá.
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