“¡¡¡AL SERVICIO DE LOS DEMÁS!!!”
Los católicos tenemos el mandato de Nuestro
Señor Jesucristo de ponernos al servicio de los demás. Personalmente, me gusta
ampliar el foco, pues entiendo que esta norma sirve para todos, es para todos.
Estoy casi seguro que es lo Él quiere.
“Haz bien y no mires a quién”, dice la
experiencia.
Quien intenta poner en práctica el refrán,
con su honesto comportamiento, tiene una referencia segura: amar al prójimo
como a nosotros mismos. Este es el cimiento de la vida del ser humano bueno.
No debemos hacer el bien esperando una
compensación, ni un fruto inmediato.
La caridad no pide recompensas, y sin ella
no se puede servir a los demás.
Servir a los demás es dar sin esperar nada
a cambio. Lo recibiremos con creces en la eternidad, y puede que algo en esta
vida.
Nada se pierde cuando se trabaja por el
bien de los demás.
El dar, ensancha el corazón y lo hace más
joven. Esto deberíamos tenerlo muy presente los mayores, los jubilados, en
especial los egoístas y aburridos que se pasan el día esperando sentados a que
les llegue la muerte.
El servir, el dar aumenta la capacidad de
amar.
El egoísmo empequeñece, limita el
beneficio y lo hace pobre, corto y hasta amargo.
Puede resultar paradójico, pero es así:
cuanto más damos sin esperar nada a cambio, más nos enriquecemos el alma. El “do
ut des” (te doy para que me des) no tiene ningún valor.
La generosidad convierte el
"darse" en una necesidad vital.
El corazón que no sabe aportar un bien a
los que le rodean, a la sociedad, se incapacita, envejece y muere.
El dar alegra y engrandece el corazón.
San Pablo alentaba a vivir la generosidad
con gozo pues “Dios ama al que da con alegría”.
No le es grato a nadie un servicio o una
limosna hechos con mala gana o con tristeza.
San Agustín decía: “si das el pan triste,
el pan y el premio perdiste”.
Mucho podemos dar en servicio a los demás:
bienes económicos, tiempo, compañía, cordialidad, atención etc.
Se trata de poner al servicio de los demás
los talentos y medios con que contamos.
Urge remover la conciencia de creyentes y
no creyentes. Crear inquietud con el fin de cooperar y facilitar los
instrumentos materiales y espirituales necesarios para trabajar como servidores
de los demás.
Debemos comprender a los demás aunque los
demás no nos comprendan. Querer, aunque nos ignoren. Hacer la vida amable a
quienes nos rodean, sin llevar contabilidad de lo hecho, con corazón grande,
siempre con rectitud de intención.
El dar no debe causar quebranto ni fatiga,
sino íntimo gozo y notar que el corazón se engrandece en todos los actos.
Ser generosos en las mil pequeñas
oportunidades diarias.
Amemos al prójimo como a nosotros mismos,
y habremos servido a los demás.
Nos habremos enriquecido y habremos
repartido el bien, - que también es el nuestro -, para el gozo de ahora y el
eterno después. Y habremos dado y recibido la felicidad por la bendita
libertad.
Dichoso aquel que sirve a los demás, será
amado por los de aquí y por El de Allá.
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