“¡MORIR!”
Morir. Creo que es el continuar, el pervivir.
Creo en la eternidad como
vivir en la presencia de LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
Hay quien no cree en la
eternidad. Cree que todo acaba con la muerte.
No existe ninguna
creencia genuinamente religiosa que no merezca el mayor respeto y
consideración. Por tanto, igualmente debe ser considerada y respetada la
opinión y creencia que afirma la eternidad de la existencia humana.
Para mí morir sin
eternidad es una injusticia inconcebible.
Los humanos tratamos de
tener justicia para los actos humanos.
Condenamos, perdonamos…
¿Cómo puede tener el mismo fin tanto la muerte de una buena persona como el de una
mala?
¿Qué fundamenta la
conciencia? ¿El castigo y la alabanza en vida? ¿Y después de la muerte?
Esto me parece tan injusto que me obliga a pensar y creer, aparte de la
educación, en valores eternos como es creer en LA SANTÍSIMA TRINIDAD. Me mueven
muchos motivos de credibilidad. Pero éste de la justicia es uno de ellos.
Claro, tengo fe.
La fe mueve montañas,
creo que hasta cordilleras.
Morir para mí es
transformación, continuidad, prolongación eterna de la vida. Y la muerte es la
compensación a la vida vivida.
Sin muerte no hay
compensación a la vida honesta y participativa de luchar por el bien de
los demás, por el bien propio, y por el del mundo entero.
Morir, lo creo como
compensación a la vida. Y a una vida en la contemplación
de LA SANTÍSIMA TRINIDAD, y con ELLA (LA SANTÍSIMA TRINDIAD) tantos santos y
seres humanos, familiares, amigos, conocidos y desconocidos..., que eso es
el cielo.
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