“¡¡¡LA SERENIDAD!!!”
La serenidad es fundamental en todos
los momentos, pero lo es especialmente en los más trágicos. Por ejemplo, los
momentos que estamos viviendo: momentos dominados por una crisis de valores que
ha generado la crisis económica y ha impulsado el crecimiento exponencial de un
poder perverso.
La serenidad no nace de cerrar los ojos a
la realidad que nos circunda y que vivimos. Tampoco consiste en pensar que no
tendremos tropiezos y dificultades. La serenidad no esconde la cabeza: mira de
frente, cara a cara, a la realidad, con el objetivo de buscar soluciones,
mediante la participación.
Nunca más la inactividad. La pasividad no
serena a nadie.
Debemos mirar al presente y al futuro con
optimismo, porque esperamos contar con el apoyo mayoritario del pueblo honesto
y participativo.
Somos seres comunitarios, participativos y
libres. Valores innatos, no adquiridos, nos mueven con fuerza hacia el bien.
Pero podemos sofocarlos, entumecerlos o incluso matarlos. Vale la pena
cultivarlos y proponerlos, pues su eficacia sanadora es grande. Por ejemplo, la
famosa regla de oro: ama a los demás como a ti mismo; o, si lo prefieren, trata
a los demás como te gustaría que ellos te trataran.
El filósofo existencialista francés
Jean-Paul Sastre insistía en otro valor: “el ser humano es siempre y en todo
lugar totalmente libre”. Sin embargo, hoy, a la liberad se le ha puesto un
precio. Está hipotecada. Solo la mayoría silenciosa con su honesto y exigente
comportamiento podrá liberar a la libertad. Y redescubrir el valor de su
ineludible consecuencia: la responsabilidad.
Los tiempos que vivimos nos exigen
acercarnos al amigo, al conocido, al vecino... y ponernos a su disposición. Que
no se sientan solos. Que no nos sintamos solos.
¿Hemos olvidado aquello de que “el pueblo
unido jamás será vencido”? ¿Nos lo creemos de verdad?
Pero todo precedido y guiado por la
serenidad.
Cuando llevaban a Santo Tomás Moro a la
cárcel, el antiguo Lord Canciller le dijo a su yerno Roper: "Son Roper, I
thank our Lord the field is won" / “Hijo mío Roper, doy gracias a
Dios, porque la batalla está ganada”.
Roper confesó no haber entendido el significado
de esa frase. Más tarde comprendió que el amor sereno de Moro había crecido
tanto, que le daba seguridad de triunfar sobre cualquier obstáculo, y que lo
había expresado con la mayor serenidad.
Así es como, en mi opinión, debemos
comportarnos ahora. Pero a Dios rogando y con el mazo dando.
La serenidad es la virtud de los éxitos.
Comprendo lo difícil que se hace algunas
veces estar sereno y transmitir serenidad. Yo mismo no lo consigo muchas veces.
Pero intento, con paciencia y sin desanimarme, serenarme y ver con más
objetividad los tristes momentos que vivimos por la falta activa y
participativa del comportamiento honesto de la mayoría.
No hay objetividad sin serenidad. El
enfado, la ira, el odio ... lo oscurece todo.
Para poner en marcha a esa mayoría también
es necesaria la serenidad. Me lo repito constantemente, porque hay veces que me
revelo y tengo que contenerme.
La serenidad es una atalaya, y desde lo
alto de ella se domina y se ve más y mejor.
Es fundamental educar a los hijos con y en
la serenidad. Es la mejor herramienta para conseguir lo que uno se propone
mediante el convencimiento. Alcanzar fines duraderos.
¡Son tantas las razones por las que tengo
que rezar, una de ellas e pedir la serenidad!
Seamos serenos, en especial en los juicios.
Pero caminemos con cierta rapidez, en la recuperación de la libertad. Con
serenidad, pero también con la contundencia que proporciona la honestidad.
En espera que la serenidad nos inunde y
ahoguemos al mal que nos somete, para ser y compartir la libertad y felicidad, y
tener el mundo mejor que deseamos y necesitamos
Dedicado a toda persona honesta que es o ha
sido acosada por otra deshonesta.
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