“¡EL DERECHO AL TRABAJO!”
No creo que exista persona alguna que no crea que el trabajo es un
derecho y un deber.
Es un derecho, porque ganarse el sustento y realizarse como persona
útil a sí misma y a la sociedad es una necesidad. Es un deber, pues debe
desarrollarse con profesionalidad y con honestidad.
Para trabajar en condiciones y producir beneficio, se necesita
honestidad, dedicación, educación y profesionalidad.
La empresa debe ser un lugar en el que el empresario y el empleado
ganen y se realizan como personas, contribuyendo al bien recíproco y al de la
comunidad. Como es natural, el empresario y el empleado generan y obtienen un
beneficio, para ellos y para la comunidad. Ambos, empleado y empresario son
imprescindibles.
El progreso económico justo, social y particular, es fruto de la
honestidad y, como consecuencia, del trabajo bien hecho. El cimiento del
progreso es la honestidad de todos. Aquí no hay excepciones.
El binomio empresario/empleado, movido por la honestidad, genera
riqueza, y es principio, medio y fin para la subsistencia de los elementos que
lo conforman.
Ambos se complementan.
Separarlos por clases, me parece un disparate: genera un
antagonismo innecesario y estéril.
¿Los hay malos? Sin lugar a dudas. En todos los sitios, y por
experiencia.
¿Los hay buenos? Sin lugar a dudas. En todos los sitios, y por
experiencia.
¿Es justo que un empresario eche a un buen trabajador por razones
injustas, si conoce el daño que le causa a esa persona?
Aunque creo que se da con cierta frecuencia, que el día que no
interesa, te vas (si eres empleado) o echas al que no te interesa (si eres
empresa).
Cualquier abuso, venga de donde venga, es una injusticia y la
sociedad lo debería castigar. En especial cuando grandes empresas (empresas
perversas, habría que añadir) consideran al empleado como una pieza y no como a
una persona. Lo mismo se puede decir del trabajador que daña a la empresa con
su comportamiento deshonesto y con su falta de rentabilidad.
El derecho tiene obligaciones. El deber también.
El sentido común, la buena voluntad y la educación son grandes
ingredientes que cooperan al bienestar personal y social.
El empleado y el empresario deberían reconocerse en el lema de los
Reyes Católicos: Tanto monta, monta tanto.
En momentos de crisis, hay que desterrar los comportamientos
insolidarios.
La recuperación será el Ave Fénix que renazca de las cenizas de la
buena voluntad, de la honestidad y de la laboriosidad, en especial cuando
desaparezca el poder económico perverso.
Todo lo demás son entelequias o maniobras viperinas. Un mal
perverso dominante y no deseable, tanto por empresario como por empleado,
arrastran a la sociedad y al ciudadano, cuando no hay una mayoría honesta y
participativa.
Como siempre: “la honesta participación es la solución, si es la
mayoría”.
Para cambiar radicalmente la vida social y económica, se necesita
que la justicia y la honestidad gobiernen el mundo del trabajo. Ese trabajo que
es un derecho y una obligación en todas las direcciones.
Sin esos cambios todo seguirá empeorando, con detrimento económico,
de la felicidad y de la libertad.
¿Si creemos todo esto? ¿Por qué no somos la mayoría aplastante?
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