“¡VALORAR LO QUE TIENEN LOS DEMÁS Y LO QUE TENEMOS NOSOTROS!”
Quizá sea
frecuente que valoremos, positiva o negativamente, aquello que tienen los demás
y no hagamos lo mismo con lo nuestro.
Ejemplo:
¿Qué cosa le envidio a don fulano? ¿Qué le envidio a don mengano tal otra? Le
envidio su coche, su casa, su ingenio, su forma de ser etc.
¡Si yo
tuviera tal cosa, otro gallo: cantaría! ¡Si yo tuviera! ¡Si yo tuviera! Y ¿Cuántas
cosas tienes? Y ¿Cuánto le sobra de aquello o de lo otro?
Salvo los
que realmente tienen problemas, los demás somos unos afortunados, y dentro de
esos afortunados los hay pasotas, que es una forma de infortunio en esta grave
crisis de valores.
Pero
normalmente disculpamos a aquellos que han pasado por lo que nosotros hemos
pasado.
Igualmente se suele exigir a otros diciéndoles ¿si hubieras pasado lo
que yo he pasado? Verías las cosas de otra forma.
¿Cuántas
y qué cosas nos sobran y cuáles nos faltan?
¿Qué importante
es la educación recibida? Lo es para todo.
Sin
olvidar que se pueden tener tres carreras universitarias, y ser un mal educado.
Ese personaje podrá tener una gran información, pero no le ha calado la formación
o educación en valores morales o religiosos.
¿En qué
aspectos valoramos a los amigos? Y ¿En qué aspectos valoramos al vecino, al
compañero, a los que nos rodean...?
Una de las formas de repartir felicidad
está en reconocer esa valoración; porque a ellos les produce un estímulo para
seguir haciendo el bien.
Una de las grandes satisfacciones
humanas es el reconocer las virtudes de los demás, las de mi vecino, las de mi
compañero, las del que está junto a mí. El reconocimiento por mí de las
virtudes de los demás produce en ellos una satisfacción que los anima a seguir
siendo mejores. Y esa satisfacción les fortalece para seguir tratando de
mejorar y aumenta su felicidad y la nuestra, al ver que la bondad se establece
a nuestro alrededor y todos participamos de ella y somos más felices.
La triste envidia es, desde Caín, uno de
los males bíblicos que enerva al que la tiene y termina haciendo daño al
envidiado.
La envidia es una tendencia contra la que
debemos luchar para erradicarla, y en la medida que luchamos, en esa misma
medida, nos fortalecemos y ampliamos la felicidad.
Uno de los grandes logros de la
felicidad es no es tanto no tener sino no desear: No está en tener sino
en no desear.
El desprendimiento es algo que
deberíamos practicarlo y fortalecerlo desde niños, para que de mayores sea un
acto reflejo.
“¡Más que ver lo que tienen los demás y
a nosotros nos falta, miremos y apreciemos lo mucho que tenemos, todos,
conformémonos con lo que tenemos y estemos alegres y felices con lo que tenemos,
y repartamos esa felicidad con lo que aumentamos la nuestra, y así hasta que
esta actitud llegue a muchos!”
Por supuesto, es fácil hablar, pero el
hablar de cosas buenas también compromete; eso es lo que nos pasa a los que
escribimos que lo que decimos nos compromete pues luego tenemos que vivir
aquello de lo que hablamos para ser consecuentes.
Pero esto no es sólo para mí; todos, escribamos
o no, creyentes o no, estamos comprometidos desde que nacimos, y, ahora, con la
tranquilidad del que lee y con la conciencia clara, valoremos lo que tenemos y
demos gracias a Padre Dios y la Santísima Virgen del Pino por todos los
beneficios que hemos recibido y por todo lo que tenemos.
En estos instantes, y en la espera de lo
que usted piense: valoremos lo que tenemos, así fortaleceremos nuestra
veracidad, y con ella ayudaremos a los demás también busquen cuál es la verdad
de su vida y eso los llevará a ser más felices, y más libre.
Y, ahora, pensemos sobre qué es lo que
valoramos en nuestra vida y la vida de los demás y cómo podemos hacer las
cosas, para no ser envidiosos y ayudar y dar optimismo a los demás.
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