“¡LA PRODUCTIVIDAD!”
El trabajo nunca ha sido un
castigo, todo lo contrario.
El trabajo es un medio por el
que el hombre se hace partícipe de la creación; es un medio para conseguir los
recursos necesarios; contribuye a la perfección humana y a la perfección sobrenatural.
"¡El trabajo, para los creyentes,
si es ofrecido y ejecutado por y con amor, se vuelve un tesoro de
santidad!"
"¡El trabajo es un
talento que recibe el hombre para hacerlo fructificar!"
"¡El trabajo es un
vínculo de unión con los demás, fuente de recursos, y un medio para mejorar la
sociedad!"
"¡¡¡Pero necesitamos la
productividad en el trabajo!!!"
La diligencia en el cumplimiento,
la constancia, la puntualidad, el prestigio conseguido por el buen
comportamiento y la competencia profesional son absolutamente necesarios para
un buen y santo trabajo.
Por el contrario, el escaso
interés, la incompetencia, la negligencia, el absentismo laboral, las chapuzas
etc. son incompatibles con el sentido honesto y cristiano de la vida y del
trabajo, y es un mal ejemplo que ofende a la sociedad.
La pereza es el gran enemigo
del trabajo. Una de tantas manifestaciones de la pereza es escoger las
ocupaciones según el capricho del momento.
Por lo dicho creo queda
acreditado que debemos esforzarnos por adquirir una adecuada y eficiente
preparación profesional, que seguiremos incrementando toda la vida, para ser
realmente eficientes y productivos.
No hay trabajo ni empresa que
pueda funcionar sin productividad, tanto por el empleado como por el empleador,
tanto por el trabajador como por el empresario.
Y esto es para todos los
órdenes de la vida: el estudiante con sus estudios, la madre de familia en su
casa, el trabajador en su empresa, el empresario en su empresa, todos tienen
que ser productivos y eficientes.
Los católicos lo tenemos bien
claro, y podemos considerar las palabras del Concilio Vaticano II: "el
cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el
prójimo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación"
Añadamos que el prestigio
profesional, el prestigio, de un buen trabajador, se gana día a día, con un
trabajo silencioso, cuidando hasta el último detalle, hecho a conciencia, sin
darle importancia a que sea visto por los hombres.
No tenemos excusas para no
trabajar con intensidad, con perfección, sin chapuzas, con productividad y con
profesionalidad.
El prestigio en la profesión
u oficio, en el estudio el estudiante, el ama de casa en su familia, etc. tiene
enormes repercusiones inmediatas en los compañeros, en el colegio, en la
familia. Este comportamiento es un ejemplo y un medio que ayuda al deseo y a la
realidad de acercarnos a Dios, y acercar a los demás a Dios.
Por supuesto, a ese
comportamiento honesto y profesional competente, se nos añaden otras virtudes:
el espíritu de servicio amable y sacrificado, la sencillez y la humildad para
enseñar sin darse importancia, la serenidad –para que la actividad intensa no
se convierta en activismo-, así como el dejar la tarea y sus preocupaciones a
un lado cuando ha llegado el momento de hacer un rato de descanso, de atender a
la familia, etc. etc.
El trabajo no debe ocupar el
tiempo que le tengamos que dedicar a la familia, a los amigos, a la
distracción. Esto sería una deformación.
Los creyentes nunca debemos
olvidar que debemos encontrar a Dios, cada día, en medio y a través de nuestros
quehaceres, cualesquiera que éstos sean, y en los momentos que sean.
"¡Que nuestro trabajo sea
un ejemplo de laboriosidad, y que sea un servicio a la familia, a la empresa, y
a la comunidad, haciendo la vida agradable a los demás y a nosotros
mismos!"
La productividad del trabajo,
serio y eficaz, hace que no sólo parezca bueno, sino que lo sea de verdad.
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