“¡¡¡REITERAR LA CONCIENCIA DE PUEBLO!!!”
Estoy preocupado por nuestro pueblo,
por el resto del Distrito, y por todos los pueblos del mundo.
Vivimos en un pueblo cuando podemos dar
una respuesta positiva a estas tres preguntas:
¿Qué grado de intimidad, de relación
tenemos con nuestros vecinos?
Cada vez que vamos a nuestras casas
¿sentimos que nos acercamos a algo propio?
Y tercera: las casas, las calles, las
tiendas, y, en especial, las personas de este lugar ¿tienen algún significado
para nosotros?
“¡Hay de aquel que no lo sienta así!”
Porque es un forastero, o vive en una ciudad, triste e incomprensiblemente: los
humanos somos seres sociables.
Identificar e identificarnos con lo que
nos rodea -como lo hacemos cuando somos miembros de un pueblo- depende, en gran
parte, de los años que hemos vivido en él y, supongo, esa identificación es
mayor cuando, además, nuestros antepasados también fueron vecinos de nuestro
pueblo.
Y la razón fundamental es que conocemos
y hemos vivido su historia y somos personas educadas en valores, con urbanidad.
Conocemos los nacimientos, las bodas,
las defunciones, etc. etc... son hechos con los que dialogamos, y son conocidos
y vividos por nosotros.
A partir de ese momento, los vecinos
dejan de ser “conocidos de vista”, y pasan a tener una mayor relación y
comunicación. Siempre insisto en lo mismo: que intentemos no perder la
convivencia para seguir siendo pueblo.
“¡Relacionarnos los unos con los otros,
eso es pueblo!”
Los pueblos se diferencian de la vida
de una ciudad porque los habitantes se conocen y se relacionan entre sí.
Existe, hay una relación directamente
proporcional, pero cargada de contradicción: cuanto mayor es la congregación de
casas y vecinos en una ciudad, mayor es también el aislamiento y la desconexión
entre ellos.
En un pueblo nos conocemos y somos
conocidos.
Los de este Distrito siempre nos hemos
caracterizados por el cariño que le hemos tenido a nuestros pueblos, y la gran
relación personal entre nosotros.
Y que espero le sigamos teniendo.
Los seres humanos somos seres
históricos, y lo que nos rodea termina siendo parte de nuestra historia.
Los árboles, las calles, los ruidos,
los olores, la luz... son elementos que configuran nuestro pueblo, porque le
dan una personalidad propia.
Hablar de nuestra casa es situarla
dentro de una parte concreta de nuestro pueblo: una parte que nos es
especialmente querida.
Todo esto lo expongo, e insisto, porque
no quiero perderlo, aunque crea que vamos camino de ello. Estas vivencias de
pueblo no pueden quedar reducidas a la nostalgia de unos hechos humanos que ya
no vivimos.
El recuerdo de la relación de
conocimientos y amistades que hubo en otros tiempos, pero que ya no existen. Si
llegamos a eso, habremos perdido la noble categoría de pueblo: nos habremos
convertidos en vecinos aislados de una ciudad, y posiblemente tristes y
desamparados.
¡Qué tristeza si esto ocurriera! Se
pierde una parte de la felicidad.
Perderíamos las relaciones cordiales, -
más aún, cariñosas – entre nosotros. Y lo que eran vivencias alegres quedarían
en recuerdos añorados.
Desembocaríamos en el clásico e
incomprensible aislamiento de la ciudad.
Anónimos rodeados de muchos anónimos
Una fabulosa suma de seres aislados.
¡Qué triste, Dios mío!
Tenemos, y creo que debemos luchar,
denodadamente, para que no desaparezcan nuestras vivencias como pueblo, y
podamos seguir viviendo autosuficientes, en especial en el cariño y respeto que
siempre ha existido entre nosotros. Así como el tratar de transmitírselo a
nuestros hijos para darle continuidad en el tiempo y en los hechos.
Entonces podremos seguir siendo felices
vecinos, porque vivimos en nuestro pueblo; en el que siempre hemos vivido, y en
el que siempre queremos seguir viviendo.
De nosotros depende en gran medida, si
participamos y nos relacionamos.
En espera de continuar viviendo como un
pueblo, siendo seres sociables, educados y solidarios, compartiendo la
felicidad, que es la más grande y duradera, reciban todo nuestro cariño vecinal
con un fuerte abrazo.
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