“¡VERME OBLIGADO A PREGUNTARME!”
Acostumbro a publicar los martes, pero ahora lo haré todos
los días, pero he creído conveniente hacer esta reflexión como consecuencia de
lo que describo. Confío nos ayude, al menos lo deseo de todo corazón.
¿Por qué nos ofendemos?
Es la segunda vez que tengo una comunicación
desagradable en las Redes Sociales, lo que me obliga a hacer las siguientes
consideraciones:
¡Con qué facilidad nos ofendemos! ¡Con qué facilidad
ofendemos!
Cometer hechos censurables, a los demás no les da
derecho a insultar.
Me responsabilizo de mis hechos y comunicaciones
respondo de los que yo he manifestado, porque los considero míos, y pongo mi
firma.
No quiero ni debo juzgar, al igual que pienso
deberían hacer todos los demás. Pero si opinar, que eso nos ayudará a todos.
Sí, creo que hay que respetar y querer. No quiero
actuar de otra manera. Me tengo que arrepentir de cosas, claro que sí. Por eso
pido perdón cuando me equivoco. No pretendo creerme lo que no soy o más de lo
que soy.
Todos somos respetables, por eso somos dignos de ser
respetados y debemos respetar.
Entonces ¿Por qué ofendemos? Ofender ¿produce algún
placer o satisfacción? Después de ofender ¿No queda como un mal sabor de boca,
que produce una desazón que no es fácil de desechar? ¿Por qué lo hacemos? Por
eso para el matrimonio sirve el dicho: “Nunca te acuestes sin hacer las paces
con tu marido o con tu mujer”. Ofendemos, ¿porque nos creemos superiores?
¿Hay razones justas para, deliberadamente, ofender?
No lo sé. Quizá se puede hablar con contundencia y claridad, pero sin ofender a
la persona a la que nos dirigimos.
La honradez y la educación, recibida y aceptada, son
el gran antídoto para no cometer los pecados de ofensas o de las
injurias.
Normalmente no ofende el que puede, ofende el que
quiere. ¡Menuda responsabilidad!
Porque la persona ofendida o injuriada, muchas veces no puede defenderse, con
lo que su situación puede ser irreversible.
Decía San Agustín que injuriar era como desplumar una gallina, echar las plumas
al viento y luego ir a recogerlas. Alguna no se encuentra y la ofensa queda
para siempre. ¡Tremenda responsabilidad!
Antes que ofender, guardemos silencio. Seamos como tenemos que ser: seres
sociales y sociables, respetándonos y considerándonos mutuamente.
Quiero apasionadamente al ser humano, y quisiera que fuese siempre bueno. Es
fácil, proponérselo si vivimos eso de “amar al prójimo como a nosotros
mismos”.
“¡Apreciemos al hombre porque es hombre, y esa concepción nuestra del ser humano
la hago objeto de estima y consideración!”
Los católicos lo tenemos fácil, pero muy fácil: todo humano es imagen y
semejanza de Dios, tiene un espíritu inmortal, y Jesucristo murió por nosotros.
Así de fácil, aceptar esa obligación.
No creyentes y creyentes, “no juzguéis y no seréis juzgados”. “No insultéis y
no tendréis que arrepentiros”.
Honremos al ser humano, hagámoslo desde la honestidad y el amor, y la solución
será la plena felicidad, y no la maledicencia del insulto o la injuria.
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